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Francamente, es inadmisible que todos aquellos que no han considerado la exhumación, hace hoy una semana, de los restos del dictador del Valle de los Caídos, como la prueba del nueve que demuestra que España es una democracia, sean unos fascistas. Como también es absurdo ... que haya quienes califiquen de igual modo a los que se oponen a la defensa de la independencia de Cataluña con métodos violentos. En general, se aplica a los discrepantes, desde cualquier ámbito, unas etiquetas descalificadoras que, además de ser injustas, no contribuyen a buscar posiciones de acercamiento y acuerdo tan necesarias en estos tiempos.
Entiendo perfectamente a los que se han sentido reconfortados con el traslado del cadáver de Franco, porque para ellos era algo importante, y soy capaz de entender, también, la indiferencia que han mostrado hacia la operación algunos ciudadanos impecablemente demócratas, que no valoran estrictamente necesario este traslado como un imprescindible elemento fortalecedor de nuestra democracia. Son opiniones con las que se puede discrepar o no, pero que merecen un respeto que algunos sectores, partidarios del pensamiento único, no conceden. En cualquier caso, conviene señalar que la victoria democrática sobre la dictadura no se produjo hace una semana, sino en 1978 con la aprobación de la Constitución.
Los políticos no independentistas, incluso algunos que si lo son, han recibido insultos, lanzamiento de objetos y amenazas, cuando han circulado por Cataluña en estos días de tensión. Los periodistas han recibido los mismos improperios, tachados de 'manipuladores' y, además, han tenido que utilizar cascos para realizar su trabajo. Aquellos que se dicen defensores de los derechos democráticos conculcan la libertad de expresión en una muestra de incoherencia acorde con la vocación totalitaria que exhiben.
Convengamos, además, que el calendario no ayuda y que la inminencia de la fecha electoral del 10 de noviembre, no actúa como lenitivo a la tensión que se evidencia en una buena parte de la sociedad. Aquí, o se es de un bloque de manera monolítica, o los integrantes del mismo lanzaran contra el discrepante una caterva de diatribas para las que será necesario sacar el paraguas de la indiferencia. No se admiten las síntesis, los ejercicios de acercamiento y la búsqueda de puntos de encuentro. Este país siempre ha exhibido dos almas tan definidas como irreconciliables: Joselito o Belmonte, Cánovas o Sagasta, tirios o troyanos... Somos así y creo, honestamente, que tenemos poco remedio.
Uno de los mejores logros colectivos que podemos exhibir con orgullo es la Transición (por cierto, les recomiendo la lectura de la magnifica obra del recientemente fallecido Santos Juliá sobre el tema), y, sin embargo, algunos indoctos con relevancia se dedican a denigrarla afirmando que aquello fue «un pasteleo» y un «pacto vergonzante». Gracias a aquel espíritu de acuerdo y generosidad, hemos podido llegar hasta aquí y, hoy, estos estólidos pueden decir lo que dicen. Tan claro como eso, por mucho que lo ignoren.
Y en estas, llegará el día de las votaciones y, según todos los sondeos, de nuevo faltará una mayoría clara para gobernar. La suma de los bloques parece que no posibilitará la estabilidad necesaria para que este país se normalice y empiece a tomar medidas aplazadas por la falta de Gobierno. Hará falta altura de miras, luces largas, humildad a raudales y, sobre todo, poner a España por encima del los propios intereses. Como en la Transición. Ese es el resto que tienen planteados los responsables políticos. Menos intolerancias y más acuerdos.
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