El Norte

El síndrome

Dados rodando ·

«El español de cada tres que siente malestar ante la alarma del despertador, la vuelta a la oficina y el reencuentro con las obligaciones cotidianas, debería reflexionar sobre su afortunada existencia y no complicarse la vida»

Antonio San José

Valladolid

Martes, 6 de septiembre 2022, 00:18

Hay clásicos que se suceden cada año como una manifestación implícita de nuestra propia cronología personal. Podemos pensar en el sorteo de la Lotería de Navidad, en las vicisitudes del reloj de la Puerta del Sol antes de las campanadas de Nochevieja, en los partidos ... de la Champions o, cómo no, en el denominado 'síndrome posvacacional'.

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Recién comenzado el nuevo curso, nos enteramos de que uno de cada tres españoles refiere sentirse aquejado por este trastorno que les provoca palpitaciones, insomnio, angustia y otras molestias que afectan a su vida cotidiana. Si por síndrome posvacacional entendemos pensar que se estaba mejor hace unas semanas en la playa, tomando cervezas en el chiringuito y sin pensar más allá de si elegimos calamares o sardinas de aperitivo, la verdad es que todos nos sentimos aludidos por esa añoranza inevitable. Ahora bien, convertir un recuerdo luminoso en, prácticamente, una afección de salud es algo que, si lo pensamos bien, roza la inmoralidad en los tiempos que corren.

Para empezar, sólo son capaces de verse afectados por esa sensación de desanimo y tristeza los que han tenido la oportunidad de disfrutar de unas vacaciones, y no todo el mundo puede hacerlo. Pasar unos días al borde del mar o en la montaña, alejarse de la actividad cotidiana y descansar lejos del agobio del día a día, es un privilegio del que conviene ser conscientes. Lo que corresponde es agradecer la posibilidad de estar en el lado de quienes pueden viajar y desconectar al disponer de unos recursos económicos, siquiera sean limitados, y no caer en el 'peterpanismo' de querer vivir indefinidamente en el paréntesis de nirvana que supone el asueto veraniego.

Relatan las crónicas que un 30% de los adultos se siente decaído y apático al regresar al trabajo, y aquí viene a cuento señalar el segundo privilegio, que no es otro que tener una relación laboral a la que volver. Para sufrir este trastorno es necesario, pues, disponer de vacaciones y de un trabajo: ¡cómo para no valorarlo! Ocurre que en esta sociedad liquida y un tanto evanescente en la que vivimos, cualquier frustración, por mínima que sea, crea en algunas personas, una incomodidad insoportable que aboca a consultas psicológicas y al consumo de ansioliticos que son, por cierto, uno de los fármacos más recetados en nuestro país. La adaptación a las circunstancias adversas, la gestión de los reveses cotidianos y la aceptación de que la aventura de vivir no es siempre una película de Netflix con final feliz, es algo que define un tiempo como el actual en el que se nos llena la boca de hablar de resiliencia cuando el grado de resistencia a lo que nos incomoda es cada vez menor.

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Les confieso que no soporto que alguien hable de esa estolidez manida de la necesidad de «salir de la zona de confort». La vida ya se encarga de sacarnos del útero materno y después de todos los posibles úteros en los que vamos afincando nuestras vidas. Tener un trabajo estable hoy en día es una suerte que debemos valorar en todo lo que supone, lo mismo que disponer de recursos para vacacionar y salud para poder hacerlo. Por eso, el español de cada tres que siente malestar ante la alarma del despertador, la vuelta a la oficina y el reencuentro con las obligaciones cotidianas, debería reflexionar sobre su afortunada existencia y no complicarse la vida con síndromes del primer mundo que nos impiden apreciar todo lo bueno que tenemos, a pesar de la incertidumbre y las dificultades cotidianas. La vida es eso.

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