![Un simple giro del destino](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/201906/27/media/cortadas/GF2XB2J1-k5LE-U80619932712TJC-624x385@El%20Norte.jpg)
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Los hemos conocido en mejores momentos, en realidad, en todo su esplendor. Triunfadores inmarcesibles, personajes imprescindibles que creyeron ser, como el Sherman McCoy de 'La hoguera de las vanidades', másters del Universo. Frecuentaron los más exquisitos restaurantes, los locales de moda que los cursis definen ... como 'places to be', y caminaban orgullosos de su posición hasta el coche de alta gama que definía su estatus social. Ostentaban poder, mucho poder, porque de ellos dependían planes económicos, nombramientos, ascensos y futuros personales. Por eso eran también temidos, una decisión salida de sus bocas, podía enviar al averno a cualquiera de los diferentes miembros de su entorno, y cuando tocaba sacarles un billete de ida hacia el ostracismo, no se cortaban, ni sentían el remordimiento de dejar a un profesional en la calle, por muy cabeza de familia que fuera. «Gajes del oficio», decían, y a otra cosa.
Un día, quizá muy reciente, les ha tocado a ellos. Lo que nunca estaba previsto, aquello que jamás entraba en sus planes, se materializó a causa de un ERE, un cambio de propiedad o un relevo político.Un simple giro del destino propició su caída y de la noche a la mañana sintieron todo el frio amargo de la intemperie, la desazón del desamparo y el vértigo ante un futuro incierto. Muchos han probado su propia medicina al habitar la angustia de la falta de ingresos recurrentes, mientras se plantean lo que van a hacer con sus vidas. Una existencia ya sin vehículos lujosos, sin chóferes solícitos, sin tres secretarias, dos asistentes y un coro de pelotas alrededor. Una cotidianidad áspera, en la que no suena el teléfono ni llegan las invitaciones a los actos en los que antes eran imprescindibles. Un día a día en el que ya no les hace falta la corbata ni sacar del armario sus caros e impolutos trajes confeccionados a medida.
Conocemos a algunos. Aquellos que antes se pavoneaban y viajaban a destinos de ensueño y hoy hacen números por ver de llegar a fin de mes. Podemos hablar de quienes han tenido que sacar a sus hijos de colegios de élite y matricularlos en centros públicos. También de quienes se han familiarizado, a la fuerza, con los transportes municipales, que llevaban décadas sin frecuentar, y de los que han tenido que comerse su orgullo entre lágrimas y exhiben hoy una humildad desconocida. Los despachos, la moqueta y los billetes de primera clase, se esfumaron con la firma del finiquito, ese pasaporte terrible hacia los lunes al sol.
Es la noria de la vida. Gente corriente que sufrió un despido tan cruel como injusto, y poderosos que se vieron privados de todo privilegio en una pirueta imprevista de un guión que creían inalterable. El infortunio iguala a unos y a otros. A los directores de recursos humanos, que destacaron y fueron recompensados con generosos bonus por echar a empleados de sus empresas, y hoy se ven en la calle, y a todos a los que ellos llamaron a sus despachos para darles una noticia tan atroz como una enfermedad incurable. En el catálogo de caídos hay algunos políticos que atesoraron poder por encima de sus posibilidades y que hoy te cuentan que no saben de dónde van a obtener ingresos económicos. Algunos fueron el paradigma de la fatuidad y la petulancia, gente principal que marcaba territorio a su paso con modales de patán. Ahora, te citas con ellos en una cafetería para hablar, y les ves tan desamparados como perdidos. Compruebas su fragilidad y casi sientes lástima, aunque el recuerdo de su trayectoria te impida empatizar del todo con su desgracia. Hay muchos. Tienen nombres. Y apellidos. Es la vida.
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