Dedicó toda su vida a darnos buenos ejemplos sobre cómo estar en el silencio, cómo vivir lento y dejar que la vida fluya sola, sin pretender controlarla, sobre otro modo de vivir. Pero nos engañaríamos si dijéramos que aprendimos aquellas lecciones de Jesús Quintero, un ... periodista grande que acaba de dejarnos.

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En nuestro descargo, hay que reconocer que no era tan fácil. Él hacía que pareciera sencillo, pero, en realidad, detener la conversación y aguantar en silencio, esperando que algo pase, es arte de torero. Hace falta saber detener el tiempo y reposar en los márgenes, asumir un poco el papel de 'loco', como hizo él.

A Quintero lo admiramos especialmente de jóvenes, cuando aprendíamos el oficio y él estaba en su esplendor, pero se ganó nuestro respeto cuando nos hicimos mayores y descubrimos, a fuerza de fracasos, la extrema dificultad de lo sencillo.

Quintero siempre conoció la diferencia entre reírse de alguien y reírse con él. Amaba sinceramente a esos seres singulares, esos ratones coloraos, que tanto frecuentó. Se bebía la vida a sorbos, con calma, y no desechaba ningún trago. Sabía estar con almas heridas sin caer en el victimismo ni la empalagosa compasión.

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A veces me acuerdo de Quintero cuando, sumergido en la marea de estímulos de Twitter, me reprimo y decido callar. Pero mi silencio es tenso; no he conquistado todavía la apacibilidad.

Hay que reconocer que la velocidad ha triunfado y que las enseñanzas de Quintero las tenemos sin aprobar. Qué difícil es eso de, simplemente, sentarnos frente al otro, mirarle a los ojos y disfrutar de su presencia, sin más. ¡Y qué grandioso cuando ocurre!

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