Lo reconozco, pese a que la afirmación suponga el fin de toda opción de sociabilizar en este planeta, reconozco que yo no veo 'Juego de Tronos'. Cierto, pertenezco al micromundo de seres raritos y poco sensibilizado con las 'realidades paralelas', esa pequeña parte de seres inhumanos y casi inadaptados que no tienen como tema de conversación lo que ocurre en esta incomprensiblemente aclamada serie.
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Y, aunque pudiera parecer algo milagroso, sí, efectivamente, es cierto, se puede llegar a vivir sin tener el más mínimo contacto con el universo que gira sobre esta serie.
Es cierto además que me aburre y me provoca una enorme pereza tener que memorizar familias, apellidos y clanes aparentemente para nada, me provoca un sopor enorme tener que ponerme a catalogar a gente con melena o personajes que están sin duchar y por supuesto no le veo interés a lo que ocurre en un muro que podría haber sido levantado por el mismísimo Donald Trump para separar tipos buenos, malos, regulares, con espadas, con mascotas como dragones y cualquier tipo de extraño elemento que tendría un incalculable valor en el rastro de León.
Admiro, y lo reconozco, el enorme valor de quienes se han visto atrapados por la voraz narrativa de la serie y que con toda la buena voluntad del mundo intentan captar nuevos adeptos como si de un clan (más bien una secta) se tratara.
Hubo incluso quien con la mejor de las predisposiciones intentó llevarme a uno de sus reinos para, desde allí, comenzar a caminar hacia el resto y así quedar atrapado en el medio de la historia. Nada, ni por esas.
Admito que incluso me intentaron facilitar el camino haciéndome ver que no era tan complicado si la historia era conocida desde el prólogo inicial: «Al principio de la historia, Eddard Stark, como Señor de Invernalia, en nombre de Robert I Baratheon, rey de los Siete Reinos, debe condenar y ejecutar a un desertor de la Guardia de la Noche. Sus hijos e hijas se encuentran entre los testigos...». No han podido pasar de ahí y el apunte debe ser algo así como la semilla de lo que hoy debe ser un enorme y robusto robledal.
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Reconocida mi ausencia en el virtual mundo de 'Juego de Tronos', sí me reconozco partícipe de otro 'Juego de Tronos' más humano, próximo y supongo que igualmente rocambolesco: el político.
En este también hay dragones y seres que parecen imposibles de eliminar, clanes a los que se diferencia por colores y, por supuesto, clanes dentro de los mismos clanes, y así hasta crear mundos dentro de otros mundos, reinos que unos intentan conquistar a otros a medida que deciden caminar a derecha o izquierda e incluso nuevos mundos que florecen cuando todos creían que el mapa político estaba cerrado, atado y bien atado. Mundos y seres que salen de la nada y otros, cargados de leyenda, que mueren repentinamente para reencarnarse con posterioridad dentro de la misma especie.
En el juego de tronos de la política las guerras son una constante, los muertos caen en el bando rival y en el mismo bando, también hay 'fuego amigo', desde luego, y la sangre de sus protagonistas sirve de alimento para fundaciones y refundaciones.
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Ahora que las citas electorales se suceden los reinos renacen y caen a velocidad de vértigo, los hay que cambian de nombre para salvar lo último que les queda y los hay quienes, siendo una minoría, se creen con fuerza suficiente como para ejercer de auténtica mayoría que domine todo el territorio.
Visto lo anterior me reitero en la primera afirmación: yo no veo 'Juego de Tronos'. ¿O sí?
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