Secciones
Servicios
Destacamos
No había vuelto a Paris desde hacía muchos años. Me desanimaba la idea de encontrar las calles, donde se gestaron tantos de mis sueños, pateadas por los turistas que coleccionan selfis y hacen colas para no mirar lo que es preciso ver. Pero la pandemia ... escupía las ofertas de tentadores hoteles, vuelos baratos con la insistencia de los pitidos de avisos en mi móvil. Finalmente, caí en la tentación presagiando que quizás me encontrara una ciudad con menos impaciencia que en los tiempos de 'gripes vulgaris'.
Y así fue. Paris estaba de vuelta en manos de los parisinos, se había producido el milagro de que no hiciera frío ni lloviera, se podía pasear, incluso cruzar una calle por donde no se debía, entrar a los sitios sin reserva, sin cola, y no tener que bajar de la acera para dejar paso a una bandada de japoneses atravesando Le Marais. En las salas del Louvre se escuchaban nuestros pasos y salvo 'La Gioconda', no había tumultos para ver cómo asomaba la luz en las telas de Georges La Tour, o se desbordaba la maravillosa sala de Apolo sin que te empujaran.
Caminé como si llevara dentro el secreto de un amor prohibido, que la vida te devuelve durante algunas horas. Nôtre Dame era una pena envuelta en andamios y en la Torre Eiffel no había un alma. Los días transcurrían dulces hasta que se nos ocurrió visitar los Campos Elíseos. Los viajes regeneran la memoria, invitan a la reflexión de lo que el paso del tiempo hace a las ciudades donde un día fuimos felices. Un verano del siglo XX trabajé en un pequeño 'drugstore' que había al inicio del paseo, casi frente al Arco del Triunfo. La encargada, una señora rubia que fumaba como si no necesitara aire limpio y estaba a punto de jubilarse, me contó que había visto a las tropas alemanas recorrerlos.
Allí se expedían tabaco, postales, pequeños regalos, chicles, chocolates para los que sin horario paseaban o más bien vagabundeaban una de las avenidas más famosas del mundo. Esta vez, todos los turistas que no me había encontrado en los barrios o en los museos estaban allí. Se agolpaban y hacían cola frente a Dior, Gucci, Hugo Boss, Louis Vuitton, Levi's o IKKS durante horas vigilados por el cuerpo de seguridad de cada marca, que ordenaba las colas y pedía los pasaportes covid.
Me entraron unas ganas terribles de salir corriendo, de desviarme hacia alguna bocacalle que no estuviera en el mapa de aquella geografía de consumo en la que se había convertido una avenida que contenía la historia de Europa de varios siglos. Aquellos jóvenes insaciables no sabían dónde estaban, ni lo que les rodeaba. Lo único que les interesaba es que faltaban cinco clientes para entrar.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
A la venta los vuelos de Santander a Ibiza, que aumentan este verano
El Diario Montañés
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.