Si el Estado hebreo no fuera la única democracia de Oriente Medio, el foco mediático estaría puesto en otras partes del globo en las que se suceden las masacres. Y es precisamente ese régimen de garantías lo que debería conducir a sus gobernantes a manejar ... las situaciones difíciles aplicando grandes dosis de juicio. La provisionalidad del ejecutivo de Benyamín Netanyahu y su matonismo solo hacen que complicar más este conflicto secular. Bibi da otra vuelta de tuerca a esa lata de sardinas que es la sufrida Gaza.

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En esa franja de tierra es imposible aplicar bombardeos selectivos contra Hamás, por mucho que lo repita la propaganda. Además, Israel está preso por su trayectoria: se espera que actúe con desproporcionada contundencia ante cualquier agresión. El resultado siempre es el mismo: los cuerpos de los niños copan los informativos y las víctimas israelíes alimentan la continuidad del exceso.

El problema israelo-palestino no tiene solución, al menos en este siglo. En 1993 Yitzhak Rabín accedió ante Clinton y Arafat a suscribir los acuerdos de Oslo a regañadientes. Fue asesinado por 'los suyos' a causa de aquel apretón de manos, que alumbraba el camino a una tutelada e ilusoria soberanía palestina. Ante la evidencia del enconamiento, no se puede ser optimista, menos aún a causa de la redefinición del escenario mundial. Creo en el Estado de Israel y en su legitimidad histórica, impelida tras el Holocausto.

Los judíos vemos en aquel espacio un lugar en el que refugiarnos si este pueblo disperso vuelve a padecer expulsiones o pogromos. Pero no se puede mirar hacia otro lado ante la constatación de los excesos de quienes fueron víctimas y más tarde se arrogan el espurio derecho de transmutarse en verdugos. Escucha, Israel.

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