La ministra de Igualdad, Irene Montero. durante un pleno del Congreso de los Diputados. EFE

El sexo de los ángeles

El avisador ·

«Un cambio de paradigma que empieza a poner sobre la mesa la cuestión de si los datos del paro son o no son decisivos a la hora de calibrar el nivel de recesión de un país como España»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 5 de noviembre 2022, 00:06

Al revés te lo digo para que me entiendas. Tiene una rara habilidad, la ministra de Igualdad, para confundirse. Y para confundirnos. Le pasó con lo de las relaciones sexuales de los niños. Y ahora le ha vuelto a suceder con la ley trans. Cada ... día, se diría, más trans. Y menos LGTBI, por cierto. Su intención, proclama, es evitar la crueldad de poner en el centro de debate las «infancias trans». Sin embargo, ha conseguido exactamente lo contrario. Más allá de cualquier otra diferencia, la frontera de los 14 o los 16 años para decidir sobre el cambio de sexo se ha convertido en el objetivo de todos los focos. El último escrúpulo de los socialistas para una medida que choca con otros derechos fundamentales: los de la infancia, los de igualdad de la mujer y los propios derechos de la persona, en tanto que persona.

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Con la misma edad, ¿se puede ser un niño para votar y un adulto para decidir un cambio de sexo? La razón dice que no, pero la moral de una sociedad como la nuestra, infantilizada hasta el esperpento, tiene visos de ir por el camino contrario. ¿De verdad es así? No podemos saberlo a ciencia cierta. Solo podríamos hacerlo si lo sometiéramos al voto directo. Recordando que este es un derecho que no tienen (todavía) los menores de 18. Si no fuera porque es trágico, por las dimensiones de marginación, sufrimiento e indignidad que tiene la realidad del asunto, podría parecer incluso un debate atractivo.

El debate sobre las edades de la libertad, ese bien legendario del que cada día perdemos, sin darnos cuenta, una cuota más. El debate en el seno de una sociedad que no termina, ella misma, de ser mayor de edad. Un espejo social mal pulido. También un disparate que encarna, como muy pocos, la ministra de Igualdad del Gobierno de España.

Así, mientras las «infancias trans» de Irene Montero se exhiben, por parte de los medios, como atracciones de feria, el falso discurso ético sobre la niñez y la sexualidad opaca otros asuntos de por lo menos del mismo interés. Y permite de paso que en su permanente nadar entre dos aguas, como la guitarra de Paco de Lucía, se siga manteniendo a flote el presidente del Gobierno. En su auxilio han venido, es verdad, las inéditas cifras del empleo en el mes de octubre. Un cambio de paradigma que empieza a poner sobre la mesa la cuestión de si los datos del paro son o no son decisivos a la hora de calibrar el nivel de recesión de un país como España. La duda razonable frente a algo que no parece tener duda: la relación directa entre la debilidad de una coalición y el reforzamiento del socio mayoritario de la misma.

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Así lo dice la última encuesta del CIS. El barullo de la ley trans, sumado a las guerras intestinas por la ley de vivienda o la famosa 'ley mordaza' debilitan cada día un poco más a Podemos en favor del PSOE. Y ni siquiera situaciones de embarazo, como la presión internacional sobre el ministro Marlaska por la gestión del salto a la valla de Melilla, son capaces de invertir la tendencia. Así está de callada la aspirante al trono, Yolanda Díaz, que nunca termina de ver por dónde meter mano a su rival.

Cuanto peor, mejor. También en esto la excepción española, que es como se llama ahora al Spain is different del turismo de Franco, es una realidad política, sociológica y cultural. Con los niños y los adolescentes en el meollo del cogollo del bollo de la demagogia. Con los que sufren como carne de cañón político y parlamentario. Y con el sexo de los ángeles en el centro de todo debate sobre la insoportable levedad del ser. Al revés me lo digo, para tratar de entenderlo.

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