Setecientos mil valientes inconscientes
La cantina del calvo ·
Más pronto que tarde, Detroit volverá a erigirse orgullosa; orgullosa de no haber sucumbido al veneno del capitalismo, veneno del que un día se amamantóSecciones
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La cantina del calvo ·
Más pronto que tarde, Detroit volverá a erigirse orgullosa; orgullosa de no haber sucumbido al veneno del capitalismo, veneno del que un día se amamantóPasa igual que con las personas. Hay ciudades con las que conectas a primera vista. Que te las crees. Tienen algo que las hace diferentes, auténticas. Me pasó en su día con Buenos Aires –flechazo al corazón– y recientemente me ha sucedido con Detroit. ¡ ... Qué lugar!
Con un pasado estelar, su presente dista mucho de aquellos años de vino y rosas en los que representaba el ideal del sueño norteamericano como ninguna otra urbe del país de las barras y estrellas. Hoy, una gran incógnita sigue ensombreciendo el futuro de Detroit y el de quienes todavía la habitan. Sin embargo, quiero pensar que su motor aún ruge y que el combustible que corre por sus venas terminará cicatrizando las heridas que la afean por fuera.
Su historia no cabe en una novela.
Habría que remontarse a los años cincuenta, cuando, finalizada la Segunda Guerra Mundial, Detroit alcanza su cénit gracias al empuje de la industria del automóvil. Las tres grandes: Ford, Chrysler y General Motors, deciden levantar sus imperios en la ciudad más importante del estado de Michigan, atrayendo mano de obra de todo el país e incluso del extranjero. El trabajo no falta y el área metropolitana crece de forma desmesurada alcanzando casi los dos millones de habitantes. Sus calles bullen de día y los locales arden de noche al ritmo que marca el sonido de la Motown. La mítica discográfica inunda las radios de todo el país con la música afroamericana que exuda Detroit por todos y cada uno de sus poros de ladrillo, granito y asfalto. Los dólares circulan a la misma velocidad a la que se fabrican coches para todo el país, y los rascacielos del 'downtown' no tienen nada que envidiar a los de Chicago o Nueva York. Es el epicentro mundial del capitalismo, el bíceps del modelo de producción norteamericano, la meca de las oportunidades. Pero, oh paradojas de liberalismo económico, serán las propias leyes del libre mercado las que propiciarán su pronto declive. La irrupción de los coches japoneses y europeos a precios más asequibles provoca que las marcas autóctonas se vean obligadas a disminuir radicalmente sus costes de producción para poder competir. Es entonces cuando empiezan a trasladar sus factorías a los estados sureños, donde la mano de obra es más barata, dejando así a cientos de miles de detroiteses en la calle. Llegan las protestas y las movilizaciones. El desencanto se convierte mes tras mes en desesperación hasta que, en el verano de 1967, estallan los disturbios más sangrientos de la historia de Estados Unidos, cuyo saldo deja 43 muertos, miles de heridos y altísimas pérdidas económicas. La inseguridad y las elevadísimas tasas de criminalidad provocan que un alto porcentaje de la población blanca y pudiente se traslade a la periferia de la ciudad, alejándose de una realidad que tiene pocos visos de mejorar. Lo llamaron el 'White Fly'. En caída libre, el esperado batacazo final llega con la crisis económica de 2008, apagándose las últimas luces de un esplendor casi olvidado, imposible de recuperar.
Hoy, los setecientos mil valientes que han decidido quedarse, parecen deambular por calles desiertas, edificios abandonados, fábricas en ruinas y rascacielos que se subastan a dólar. Hoy, los setecientos mil inconscientes que viven en Detroit son el alma de una ciudad que lucha por mantenerse en pie, y es esa energía invisible la que uno siente cuando camina varias manzanas sin cruzarse con nadie. Por ello estoy convencido de que más pronto que tarde volverá a erigirse orgullosa; orgullosa de haber superado un crudo invierno más; orgullosa de haber sabido convivir con la desolación; orgullosa de no haber sucumbido al veneno del capitalismo, veneno del que un día se amamantó.
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