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Quinto día del Estado de Alarma. A ratos, en casa imagino cosas: el olor de la cera de la tabla de surf, el revolcón de la ola, la picada tan brava de aquella trucha en el lago Alice, el fuego de la ortiga, el olor ... de la yegua en la cuadra caliente. También concibo la ambulancia cuando tarda una hora, otra, otra y otra, y te pienso en la cama imaginando qué va a ser de ti y me pregunto qué va a ser de mí, y si te reconforta la caricia de la mano de plástico y los versos de aliento tras la mascarilla.
Lo que no logro imaginar es cómo no vieron venir esto y cómo mandaron el 8M a la calle cuando Europa pedía quedarse en casa. En la televisión, Sánchez cuenta que este cabreo que tengo es por el sesgo de retrospectiva. Eso sucede cuando alguien cree que ya sabía lo que iba a ocurrir, y en realidad no lo sabía. Confieso dos pecados: no saber que esto iba a pasar y hacer caso a lo que decía el Gobierno. Desde el principio de esta crisis, Sánchez se parapetó detrás de la figura de los científicos a los que aludía como gente como de fuera de la galaxia que decidía lo que había que hacer. Este punto de vista resultaba ya entonces obsceno, pues un ejecutivo tiene opiniones científicas en materia sanitaria y en materia económica. Un presidente de un gobierno debe ser al mismo tiempo economista, sociólogo y científico, menos este.
Además, la ciencia manda cualquier cosa. El plan de Boris Johnson lo avala la ciencia y el de China, también. Así apareció Fernando Simón como el Espíritu Santo en camisa y le encumbramos a los altares de los santos súbitos e ibéricos por su manera de tranquilizar al pueblo. ¡Y ese estaba siendo su mayor error! Nos convino creernos a Simón y al Gobierno porque cuando uno se ponía una mascarilla o llevaba unos datos que le había pasado un epidemiólogo que hablaban de mil muertos, se sentía un poco como ese tipo que se pone en la cabeza un gorrito de papel de plata para que la NASA no le escuche los pensamientos con el láser. En Chiclana había uno así. La espiral del Silencio funciona aquí como una apisonadora. En China metieron en la cárcel al doctor que alertó del virus y en España acaban de cesar al policía que ordenó en enero que los agentes se pusieran mascarilla.
Admito que fuimos buscando todos los refugios ante lo terrible. Pero nosotros no somos el Gobierno. El Gobierno recibió avisos el 28 de febrero y el 2 de marzo en mensajes de la OMS y la CEDC que invitaban a estar alerta, a tomar precauciones y a evitar aglomeraciones, y no hizo caso. La estadística decía que la cifra de contagiados no paraba de subir (un 89% el día seis de marzo a dos días del 8-M).
Claro, que igual nos hemos vuelto todos locos. Por el sesgo de retrospectiva, dice Sánchez cuando se refiere a la falacia del historiador. Son los sesgos, señora: el sesgo de confirmación interpreta información a favor de los prejuicios. En el de autoservicio se atribuye uno responsabilidad por los aciertos, pero no por los fallos. Somos los españoles sesgados y queremos apoyarle, presidente pero va a ser más fácil si admite que pudo cometer un error en lugar de tomar a mi Españita por loca. Todos nos equivocamos; también usted.
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