Este es un artículo extraño. Tiene su origen en el testimonio de un hombre al que nunca conocí. O, por ser más precisos, al que conocí durante tan sólo un minuto. Ese es el tiempo que dura un video de recuerdo de su persona que ... ha circulado por Twitter estos días, tras su fallecimiento. Un minuto. Y ha sido suficiente.

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Se llamaba Luis Manuel Calleja, daba clases en la escuela de negocios IESE de Madrid y ese minuto corresponde al final de la última clase que pudo dar, con una sonda oculta bajo la camisa, cuando ya sufría un estadio avanzado de la enfermedad que lo mató. En ese minuto se ve a un hombre lleno de energía, y de amor por la existencia, que anima a sus alumnos a pensar sobre su misión en la vida, y a hacerlo a partir de la idea de servicio. Una idea desenrollada a través de tres sentencias paradójicas: Una: «Para servir, hay que servir». Dos: «Vale quien sirve, sirve quien vale». Tres: «Quien no vive para servir, no sirve para vivir». Este es el mensaje que lanzó a sus alumnos en esa última clase. Conviene que se detengan a paladearlas. Y dejarlas reposar.

La importancia de concebir la propia vida como servicio a los demás no es una idea que esté de moda, sin embargo, todos hemos podido intuir su verdad en nuestras vidas. Quizás por eso el mensaje causa conmoción: se juntan la sorpresa ante lo que hoy es tan infrecuente de oír, y el reencuentro con una certeza íntimamente vivida. Una certeza conflictiva, indudablemente, porque también hay que poner límites razonables a la vocación de servir, y no siempre es fácil colocarlos en el lugar y momento adecuados. Pero es un mensaje que lanza a los hombres, por encima de su egocentrismo, al encuentro con los otros, y a redescubrir esa verdad, hoy considerada cursi, pero no por ello menos cierta, de que hay más satisfacción en el dar que en el recibir, porque nada produce más felicidad que haber causado bien a otros. Sin que esto implique negar la gratitud que produce también el ser bendecido por las atenciones de los demás.

El problema es que hoy sólo hablan de servicio, si acaso, los políticos, lo que explica la enorme desconfianza que rodea la palabra. En demasiados casos nuestros representantes llaman servicio a lo que es tan sólo poder. Porque ése, el poder, sigue siendo hoy el criterio principal que pauta nuestra vida social, y que explica, por ejemplo, que el Pacto de Reconstrucción Europeo se interprete casi más en términos de victoria o derrota que de utilidad. Mientras tanto, enredados en peleas y pugnas de egos, sentimos que el sentido de la vida se nos escapa porque, en realidad, está en otra parte. En la generosidad.

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