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Yo llevo visitando regularmente Burgos desde 1994, creo. Lo que tengo bastante claro es que la primera vez fue un San Pedro, que lo pasamos bien y que hice amigos. A ese San Pedro le sucedieron otros y siempre me han tratado muy bien. He sido feliz allí, una vez besé a la chica más guapa de la ciudad y llevo a esa ciudad en el corazón, como debería llevarla todo castellano. Todo empezó, creo recordar, a través de campamentos, Pascuas y otros eventos jesuitas que, en realidad, nosotros veíamos como oportunidades para salir de casa y trabajar lo de la camaradería. Y vaya si la trabajamos. Hice amigos en Jesuitas de Burgos, esos amigos me presentaron a otros y treinta años después aquí seguimos, casi iguales por dentro, algo más cambiados por fuera y evolucionando desde el calimocho de Los laureles a la morcilla del Ojeda.
Aquellos amigos tuvieron hijos, que hoy son mis ahijados. Y seguimos viéndonos con frecuencia para disfrutar en familia donde Jesusón, en La Fábrica o donde me digan. Porque, en realidad, da igual, la cosa es juntarse, pasear de nuevo por esa maravilla de ciudad, mirar la Catedral como quien mira un oasis y perderse por Las Llanas con el corazón castellano pensando en Diego Laínez, en Fernán González o en El Cid.
Precisamente allí, en La Flora, han matado a Sergio Delgado. Por ser de Valladolid. Aún no doy crédito, como no lo da nadie en Valladolid ni tampoco en Burgos. Leo que Sergio era un buen chico, incapaz de meterse en una pelea. También estudió en Jesuitas y también fue de fiesta a Burgos. Es decir, Sergio somos todos. O pudimos serlo. La diferencia es que él tuvo la mala suerte de cruzarse con un asesino y yo no. Es duro pensarlo y llevo toda la semana pensando en cómo enfocar este texto. Porque es tan fácil caer en un populismo idiota que culpe a todo Burgos de haber matado a un chaval de Valladolid como dejarse llevar por lo contrario, es decir, por un 'buenismo' que diga que aquí no ha pasado nada y que la muerte de Sergio ha sido solo un accidente. Ambas visiones son sesgadas y tienen su parte de repugnancia relativista. Y, cuando eso pasa, cuando te mueves en la ambivalencia y tu punto de vista no aporta nada nuevo, lo mejor es no escribir, callarse prudentemente, unirse al dolor de la familia y hablar de la canonización de Isabel La Católica que pretende Argüello.
Pero no quiero. Este tema me toca. Y tan cierto es que en Burgos no tienen la culpa de tener a un vecino asesino como señalar que, en efecto, lo tienen y que no sabemos cuántos más hay capaces de matar a un chaval solo por ser de Valladolid. Y que, me temo, sucede algo parecido en otras provincias. No hay más que darse una vuelta por Twitter para ver que, aunque la condena del asesinato es generalizada, la animadversión hacia Valladolid también lo es. Y no querer verlo es hacerse trampas.
Pero querer elevar la anécdota a categoría, también. Y esto no deja de ser un caso aislado. Es cierto que en Burgos siempre han tenido un pique con Valladolid, el mismo que existe en León y en todas las provincias de nuestra comunidad. Bien, no pasa nada, las cosas son así, todos se meten con el grande, nos pasa a nosotros, le pasa a Sevilla con el resto de Andalucía y le sucede a Madrid con toda España. No hay que llorar ni quejarse demasiado, solo hay que asumir que ser el grande genera envidias, mala leche y cierto rencor en todos los ámbitos de la vida. Es ontológicamente imposible destacar y no tener en contra a parte de la gente. Le sucede a Nadal, que es un arcángel diseñado por una inteligencia superior para agradar, no le va a pasar al resto.
Pero en Burgos deben entender que aquí no pasa eso. No hay simetría. En Valladolid no hay pique con Burgos, ni con León ni con nadie. Y mucho menos, odio. Nadie en Valladolid piensa en Burgos ni en León a no ser que sea para irse de puente, al igual que ellos no pensarán en Briviesca o en Astorga. Nos gusta ir, recordamos que en los 90 hubo una rivalidad futbolística y ya. Pero, aun teniendo claro que Burgos no tiene la culpa, creo que debemos reflexionar qué sucede para que una ciudad como la suya, llena de gente normal, buena y hospitalaria, tenga dentro a energúmenos capaces de matar a alguien por ser de Valladolid. No sé si hay culpables con nombres y apellidos de ese clima de odio, pero, aunque sea minoritario, las administraciones –y la policía– deberían tomarse en serio este tema. Está bien quitar hierro al asunto para rebajar tensión, como han hecho los alcaldes de ambas ciudades. Pero eso no debe servir para rebajar la gravedad extrema de lo ocurrido ni para hacer como que no ha pasado nada. Porque ha pasado y no sabemos si puede volver a pasar mañana con alguno de nuestros hijos.
El asesino era de extrema izquierda, como podía haber sido nazi. El único problema es que si hubiera sido nazi tendríamos un especial de TVE emitiendo ininterrumpidamente desde La Flora, el Congreso de los Diputados y los parlamentos autonómicos debatiendo mociones de condena y el presidente del Gobierno hablando de un muro. Y si en lugar de ser de Valladolid Sergio hubiera sido vasco, como Aitor Zabaleta, y el asesino vallisoletano, no se hablaría de otra cosa en toda España. Esta es nuestra condena, que la importancia de las cosas viene marcada por el oportunismo y el sectarismo. Y esto deber servir para recordarnos que o todos son excepciones o no lo es ninguna. Si en el caso de la extrema derecha se culpa a un partido, en el caso de la extrema izquierda se debe culpar a otro. Y si queremos verlo como algo aislado, lo debemos ver en todos los casos.
Ojalá que el asesinato de Sergio sirva para que alguien se tome en serio este asunto y recuerde a la gente joven quiénes somos, de dónde venimos y todo lo que nos une. No se puede alentar el paletismo, que es el nacionalismo de los que no tienen nación. Y cabe recordar que el nacionalismo es el mal absoluto, el enemigo total, el kilómetro cero de la violencia, la escoria intelectual de la sociedad. Contra ello solo cabe reforzar la universalidad del verdadero sentimiento castellano y leonés y tratarnos como lo que somos: ciudadanos libres e iguales. Todos deberíamos sentirnos orgullosos de nuestra tierra, de nuestro origen y de nuestros ancestros. León y Castilla tenemos una historia común de doce siglos y mucho antes de que existiera España ya estábamos juntos. Y cualquier persona que haya leído algo no puede tener otro sentimiento hacia Burgos, cabeza de Castilla, que el de admiración, fraternidad y, en mi caso, también el del agradecimiento a la amistad de toda esa gente a la que sigo queriendo a través del tiempo y que están hoy tan estupefactos como lo estamos nosotros. Descansa en paz, Sergio. Y ojalá que el tiempo convierta tu memoria en un símbolo de paz y hermandad. Que es lo menos que mereces.
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Sara I. Belled y Leticia Aróstegui
Doménico Chiappe | Madrid
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