Caminan lentamente, bajo un cielo de confetis y serpentinas. El viento, con rachas frías los acompaña, todo ha terminado. Más o menos así, y cito de memoria, comienza 'Últimas tardes con Teresa', el libro canónico que nos enseñó casi todo. Yo ahora mismo, en el ... fin de fiesta, en el fresco tan deseado, tengo la sensación de que todo ha acabado. O ha empezado. Se han ido las fiestas así, en un suspiro. Con todo lo de normalidad y esa nostalgia del fin del verano, del comienzo del año tras el verano en que vivimos peligrosamente. No es cuestión de ponerse melancólicos, ni de caer en el topicazo de la rutina. Pero aquí se ha vivido, tras mucho tiempo, el 'carpe diem', y es que no había otra forma para olvidar tanto que llevamos arrastrado. Las plagas de Egipto, el llano en llamas y demás maldades del Hombre y del meteoro que ya es ocioso mentar.
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Quedarán, eso sí, domingos como hoy. Domingos de sol, de niebla que entra y acoge. A lo mejor un tormentazo, y no hay que hacerse mala sangre aunque sepamos que nos la están colando desde largo, que el otoño será duro y que se volverá a la doble calceta y al vaho en la estancia más caldeada de la casa. Que a los niños habrá que cuidarlos con naranjas quintuplicadas de precio, y que el granel y la pitarra sustituirán a esa copa que, hasta hace nada, 'instagrameábamos'.
Muchos creen que en septiembre empieza el año, este, que acaba todo por la vía nuclear de un botarate tiránico, pero con pesimismo ni salieron las vacunas ni aguantamos un secuestro civil. Septiembre tendrá sus cosas. Las glosaremos sin creernos a 'Antonio Schz' y cía.
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