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En otras fechas septiembre era una resurección, pero ahora es una restricción de ferias y de latines, de vida y de orapronobis, que la curia del terruño ya se ha quejado y tiene sus razones ante tanta profilaxis del demonio. Septiembre, lo cantaba el poeta, ... enciende el café y acorta los días. En septiembre, en otros años, quizá lleváramos una melancolía alegre de recolecciones, de uvas y así nos iba.
En otros septiembres había toros de los que nos arrejuntábamos, arriba y abajo, por el Paseo, sin guardar las distancias y sin temer que un esputo asesino e involuntario nos mande al otro barrio. Ahora todo cambia a mal y a peor, pero el verano se irá y seguirán los pájaros cantando entre que no sabemos si Igea tiene un exceso de celo contra el bicho o esa jindama que nos entra a los que tenemos alguna idea de la Ciencia Médica.
En septiembre pasa Helena o el fin/mar del verano, según aquel libro cantábrico y bello de Julián Ayesta, que le escribió al enamoramiento de verano y después ya no dio nada a la imprenta: acaso porque le llegó septiembre, que es el principio y el fin de todas las cosas. Septiembre, ay, cuando se lleva los puentes y las fuentes están más secas que el libro blanco del sanchismo. Aquí septiembre se nota lo justo. Como hasta donde alcanza la vista no veo ni un árbol, no sé si se caen las hojas; lo que sí podemos saber es que a Simón la mascarilla/mascarada se le queda ahí quieta y fija mientras septiembre nos lleva al desagüe, a las miserias de la Fase 1 y a otras tragedias de ese secuestro civil que si en primavera fue insufrible, en otoño sería invivible.
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