Hará un año y una semana. Esa semana en la que fuimos asumiendo una tristeza triple: la muerte, el secuestro civil y la desesperanza. A la semana, digo, empezaron los niños a no entender qué pasaba y por qué siempre eran los mismos en televisor. ... Los niños, claro, que ya se olían que tanto Sánchez en modo de estadista sólo podía traer calamidad. En la semana empezamos el luto de nosotros mismos; quien pudo empezó con las películas menos apocalípticas; otro se refugió en las lecturas más íntimas. Se sabe que la poesía abriga y es que, a la semana, nadie nos dijo lo perverso que era habitar una burbuja.
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Nadie puede ahora tomarse este año hurtado a la existencia como un mero recuerdo. Seguimos en pandemia y con el herraje de una pata para que no nos escapemos a otra taifa.
Hubo quien por mayo se creyó victorioso del secuestro, uno mismo, pero por agosto le lloraba al perro en un idioma ininteligible. Dejamos las manualidades, las llamadas, los días eran días o eran noches, que daba igual. Empezaron ya los dietarios de amor desesperados, y los divorcios silentes como un infarto de primavera.
Al año y a la semana nos tocamos la azotea y el pecho y caemos en la cuenta de que algo nos falta. Quizá sea el espíritu crítico o una bronca unamuniana con Dios, cada noche, cuando el toque de queda nos mete demasiado pronto en la poltrona.
Es curioso que la Ciencia traiga la felicidad. Y que dos que hicieron tanto (no necesariamente bueno) como Illa e Iglesias se vayan a los tingladillos autonómicos. El surrealismo puede volverse insurrección cuando mayo nos caliente, como pide el Romancero.
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