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Seda contra bombas
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«Todo a la espera de si Putin se decide de una vez por todas a recoger los carros de combate. O si, dada la nonada que le va a quedar en el reparto, decide mejor seguir matando. Y muriendo»Xi Jinping ya ha movido ficha. Su primer paso tras afianzarse como timonel de la revolución silenciosa china ha sido tender la mano a Estados Unidos para colaborar en el fin de la guerra de Ucrania. «Como grandes potencias –ha dicho esta semana–, fortalecer la ... cooperación y la comunicación entre China y Estados Unidos ayudará a aumentar la estabilidad y la seguridad globales, y promoverá la paz y el desarrollo mundiales». Dejar que se destruya el mundo o repartírselo a pachas. He ahí el dilema. Morir o perder la vida, para los que no estén llamados a esta cena. Consolidar sin cortapisas la nueva ruta mundial de la seda, por la que trabajan los chinos, y permitir a cambio que sus rivales comerciales, los estadounidenses, hagan lo que quieran con la parte contratante de la segunda parte del mundo. Ya con Putin, el enemigo común, contra las cuerdas. Una oferta tácita que la Casa Blanca ha recibido con perplejidad. Y el Kremlin con resquemor: cómo perder diciéndoles a las madres de los muertos que han ganado.
Este es el relato. Los chinos ya lo cuentan de aquella manera en la que su cultura milenaria les ha permitido siempre contarlo todo. Y ahora los americanos buscan la fórmula para hacer lo propio. Algo les ayudará a hacerlo (o no) el nuevo líder de la deriva de Occidente, el pretoriano Elon Musk, que nada más cerrar los 44.000 millones de dólares que le ha costado Twitter ya ha puesto en la calle, por este orden, al consejero delegado, al director financiero y a la responsable jurídica de la compañía. Todos con sus monedas y criptomonedas de indemnización en los bolsillos. Un San Martín de oro para algunos de los ejemplares más lustrosos del gran mercado digital.
Los focos de esta nueva guerra suya y nuestra no estarán en las ciudades ucranianas, sino en la población civil del multiverso mundo. 'Spam', 'bots', algoritmos… y el bálsamo de fierabrás en forma de esa «aplicación de aplicaciones» que abrochará un poco más las cremalleras del pensamiento único. Todo a la espera de si Putin se decide de una vez por todas a recoger los carros de combate. O si, dada la nonada que le va a quedar en el reparto, decide mejor seguir matando. Y muriendo.
Siempre lo fueron, las guerras. Ajustes de mercados disfrazados de épica marcial. Hoy vuelven a parecerlo más que nunca. La intervención de los ricos para ser menos en cantidad y más en ganancia. Y la resignación de los pobres para crecer en número tanto como en miserias.
Las cuentas de aquí parecen más sencillas. Inditex: calcular cuánto se pierde vendiendo camisetas en lugar de abrigos por culpa del cambio climático. El Gobierno: contar hasta dónde puede seguir subvencionando votos a la espera de que las encuestas vuelvan a hacerle pensar en ganar en las urnas. La Oposición: evaluar hasta qué punto son intercambiables los bonos para sillones del poder judicial con los derechos de autor de la letra del nuevo delito de secesión. Los Ciudadanos: tratar de adivinar qué parte les toca del algoritmo. Si la del que no pierde el trabajo o la del que no lo termina de conseguir. Si la del que sangra por la factura de la energía o la del que lo hace por la inflación de su hipoteca (o las dos). Si la del que prefiere ser pobre trabajando o seguir siendo pobre para que otros, de importación, trabajen y coticen por él. Dilemas nacionales.
No es fácil saberlo, porque en la riqueza como en la pobreza, en la salud como en la enfermedad, España nos sigue pareciendo a todos un país diferente. E invulnerable. Ese que dicen que decía Bismark que los propios españoles llevaban siglos tratando de destruir, sin conseguirlo. Así sea.
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