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Adiós a los tranquilos paseos con las manos anudadas a la espalda y el santo al cielo. Se acabó la despreocupada observación de pajarillos, gárgolas y escaparates. El peligro acecha a la vuelta de la esquina en forma de minotauros sobre ruedas. Una nueva fauna urbana que invade la calzada y apremia el paso con veloces y sinuosos adelantamientos. Un vía crucis que presagia caída, ya sea por atropello o por infarto. La jungla de asfalto.

Y por si esto fuera poco, me juego la vida leyendo las noticias en el móvil. No gano para sustos. Leo que el líder de Podemos, perejil de todas las salsas, se ha integrado también en la comisión del CNI. Es de suponer que el control de los servicios secretos le dará acceso a delicados datos sobre la seguridad nacional y al conocimiento de unas cuantas triquiñuelas clandestinas pergeñadas en las zahúrdas del Estado. Así que hemos pasado del insomnio en la Moncloa a la pesadilla en la cocina.

La cabra tira al monte y no veo yo a tan sensible y puntilloso camarada guardando reserva y sigilo ante los desafueros que se presumen en el proceder de los espías. No me lo imagino avalando las artimañas eróticas de Mata Hari, haciendo la vista gorda ante las pifias del superagente 86 o rasgándose las vestiduras con la licencia para matar de 007. El contrasentido me trae a la memoria una humorada atribuida a Pío Baroja cuando le fue a entrevistar un periodista de un diario carlistón y clerical de la época llamado 'El pensamiento navarro'. «O es una cosa o la otra, las dos no», ironizó.

Pues eso, otra paradójica vuelta de tuerka: la seguridad nacional en manos de Pablo Iglesias. De traca.