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Si observo el panorama político nacional que dibujan las redes sociales ahora mismo, me dan ganas de cerrar los ojos y echarme las manos a la cabeza. La crispación sube como la leche hirviendo. No se trata de apocalípticos o integrados, de crédulos o pesimistas, ... sino de posturas cada día más radicalizadas e irreconciliables. Acabamos de inaugurar el año 2020 y sin embargo, al asomarnos a las redes sociales parece que vivimos en los años treinta del siglo pasado. «¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?», que pregunta Groucho Marx. Cada quien sacará sus propias conclusiones.
Además de esa 'realidad' en la que centran el foco las redes sociales y algunos medios de comunicación, existe otra no totalmente ajena a la primera, pero que no se percibe con aristas tan radicales, con perspectivas tan incendiarias. Es el día a día de una sociedad que no está sometida a la presión emocional que transita por Internet (¡cuántos cerebros conectados de forma permanente a los chutes de propaganda, manipulación y visceralidad que distribuyen imperceptiblemente las redes!). Un albañal de maniqueísmo, blanco o negro, sin grises intermedios.
Hace unas pocas horas, por ejemplo, he visto cómo miles de personas de todas las edades corrían divertidas y entusiastas la San Silvestre de su ciudad. Calles llenas de luces, colorido y diversión. Puestos de comercio, familias enteras buscando los regalos de Reyes o tomándose las cañas entre el bullicio propio de estas fechas. Nada que ver, desde luego, con ese 'apocalipsis' que algunos anticipan para nuestra realidad nacional. «¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?». Sin embargo, me digo en silencio, algo se mueve. Quizás no sean incompatibles –ni falsas– ambas certidumbres. Ambas percepciones. Según Anatole France, «se puede dudar de lo que se ve, pero no de las palabras de un hombre honrado». La cuestión, trasplantada a nuestra realidad, sería determinar si existen políticos honrados y creíbles. «Pues Bruto es un hombre honrado», apostilla Marco Antonio en el 'Julio César' de Shakespeare. ¿Han sido honrados los políticos que antepusieron su interés personal al de la nación? ¿Y lo son los que anteponen el interés de su partido al de España? ¿Son honrados quienes, pudiéndolo hacer, no evitan que se ataque a la Constitución de 1978? ¿Y quienes se amparan en su legalidad para tratar de destruirla? ¿Alguien está dispuesto a 'inmolarse' políticamente por defender ante todo el bien común y la legalidad democrática que nos lo garantiza?
Mi único consuelo es que, aunque parezca paradójico, Cataluña siempre llevará las de perder, quiero decir la Cataluña separatista, la que conmemora una derrota y consagra, precisamente, su primera 'tergiversación' histórica. No hay peor engaño que el que se sufre a destiempo, ya sea por anticiparse al momento oportuno o por hacerlo cuando ha pasado la oportunidad. La prueba de que el espíritu secesionista es artificioso y aprovechado, radica en su carácter fijo discontinuo, según los intereses de quienes ganan avivando el fuego (llámese burguesía ávida de privilegios, nacionalismo depredador, carlistas de nuevo cuño o izquierdistas desclasados de segunda generación). Decía Napoleón: «Es más fácil engañar que desengañar». Basta observar la codicia del 'procés' para constatarlo.
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