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«Demacrada y con una extrema tristeza». Eso leo en El Norte con referencia a las fotos que la madre de la pequeña Sara, Davinia Muñoz, tenía en su móvil. Recordemos que Sara fue asesinada el 2 agosto de 2017 y que estos días ... se celebra el juicio en la Audiencia de Valladolid contra su madre y su compañero de entonces. Cuatro años había cumplido cuando murió. Abandonada, maltratada, violada… Su vida no fue fácil; su muerte, tampoco. Si viera esas fotografías, si observara la tristeza de la criatura, no podría parar de llorar. Y no es porque la desolación me resulte desconocida.La veo a diario en miles de personas, casi todas viejas. Vayan ustedes a los parques, vengan un día a la residencia geriátrica en la que está mi madre, entren en un hospital de paliativos, en los pisos en los que los mayores viven solos sin esperanza de que algún día llegue alguien, y la descubrirán en todas las miradas. El miedo, la soledad y la tristeza que tuvo que sentir Sara, aunque de una forma muy diferente.
El miedo, la soledad y la tristeza de los viejos, de los enfermos, de los condenados, son un recurso de la vida. Yo creo que la vida y el tiempo activan esos sentimientos para que el final nos resulte más familiar, más doméstico y amable. Antes se leían libros para la preparación de la muerte. Algunos, como 'El libro de los muertos', tienen miles de años. Pero todo esto era a Sara y por eso su tristeza resulta más desgarradora. Imagino que su desamparo tuvo algo de animal, el que emana de los perros maltratados, de esos caballos que caen en manos de sádicos y que vemos en las noticias. Cuatro años, demacrada y triste. ¿Qué imagen terrible de la vida se habría formado en su cabeza? ¿Tuvo alguna vez siquiera la sospecha de que la existencia podía ofrecer algo más, algo diferente al infierno?
Los ancianos que viven en la desolación conocieron días felices. Aunque el fondo de amargura no desaparezca nunca de sus ojos, los veo sonreír cuando llega su familia, cuando los visitan recuerdos amables. Sara no, no tuvo nada que oponer a su dolor, a su maltrato. Cuatro años de mierda, como un perro constantemente apaleado. Pobre Sara, pobre vida. Malditos sean.
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