Al vicepresidente de la Junta de Castilla y León, Francisco Igea, no se le agota la paciencia, como a Santa Teresa de Ávila, porque es un lujo que no se puede permitir. Un alto cargo de la Junta me explicaba días atrás que su estrategia ... a veces resulta enigmática. En el mus puedes echar un órdago sin cartas, de farol, pero no puedes aceptarlo sin ellas. Pierdes seguro. Sin embargo a veces –insistía mi interlocutor– ocurre como si Igea se apostara todo a la grande con tres ases. Ello es así porque el portavoz de la Junta no tiene detrás un partido que le respalde. Porque los afiliados de Ciudadanos le dieron la espalda cuando se enfrentó a Arrimadas.
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Y porque el presidente Mañueco, según constatan sus más directos colaboradores y algunos de sus gestos, ni en la peor de sus pesadillas contempla la posibilidad de que Igea le vaya a acompañar hasta el término de la legislatura en su gabinete. Mucho menos en la siguiente, caso de que conserve su despacho en el Colegio de la Asunción. A Mañueco sí se le puede agotar la paciencia. Además es el único que puede decidir cuándo.
El médico vallisoletano conserva la vicepresidencia del Gobierno de Castilla y León porque, por ahora, le es más útil al PP dentro que fuera del Ejecutivo regional. Mejor aún si encaja, con resignación y paciencia, el acoso y derribo al que han decidido someter a su consejera de Sanidad, Verónica Casado, algunos notables del Partido Popular. Un esclarecedor reportaje de Susana Escribano muestra cómo ese asedio se ejerce a base de pildorazos. O de pellizcos. O de coscorrones. Un día sucede en Ávila, otro en Burgos, otro le toca a Maroto, el senador alavés de Sotosalbos, o al propio presidente o a Raúl de la Hoz, portavoz popular en el parlamento autonómico… La reforma sanitaria de Ciudadanos, el famoso plan Aliste, no tiene respaldo del máximo responsable político del gobierno que la debería emprender. Es un absurdo en sentido estricto. Pero, paradójicamente, el PP refuerza así su peso en el electorado rural, a la vez como juez y como parte. Inaudito. Ya comentaba hace unas semanas en este mismo espacio que al presidente se le pone todo de cara porque, a pesar de su debilidad aritmética, puede marcar sus tiempos –para el adelanto electoral o la continuidad de la legislatura– sin que nadie desde otras bancadas represente ni una leve amenaza. Ni un segundo de inquietud. Ni una pizca de turbación. Y eso sucede porque los que más miedo tienen a enfrentarse a las urnas no son los populares, sino los naranjas. O el procurador de Por Ávila. O los del PSOE, que ganaron las elecciones en 2019 y ahora saben que sufrirían un duro correctivo. El que menos arriesga y más tiene que ganar es Mañueco.
Por lo demás, el PP, a fuerza de repetir que los socialistas buscan tránsfugas, sigue cuestionando indirectamente la credibilidad y fiabilidad de sus socios. De hecho, el PP y Mañueco están en campaña desde hace ya varios meses. Viven en un «por si acaso» mientras Igea se desespera achicando agua de un naufragio que es irremediable y para el que no tiene un salvavidas claro. Aguanta todos los desplantes y críticas populares porque no tiene cartas ni la mano ni decide, siquiera, a qué se juega con la baraja. No es dueño de su futuro en política. Francisco Igea solo podría tener oportunidades si PP y Ciudadanos, con permiso de Pablo Casado y Arrimadas, emprendieran una candidatura conjunta, una especie de Castilla y León Suma. Pero si tal cosa no está en los planes de Mañueco, cosa harto probable, antes o después la coalición saltará por los aires. Y Francisco Igea se verá en la obligación de recordar aquello de Santa Teresa de Ávila: «La vida –en este caso como la política– no es más que una mala noche en una mala posada». Así están las cosas.
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