Con el nuevo año cada uno se agarra a sus cosas y manías para intentar cambiarlas, casi siempre con poco éxito. Adelgazar, regresar al gimnasio o aprender inglés son las comunes; esperanzas todas dignas si las sentimos de buena fe y no para lavarnos la ... conciencia hasta que llegue febrero y así rendirnos con la primera ciguëña de San Blas. A mí con los estrenos de año me da por buscar efemérides redondas, que ya pensaré mañana lo de la dieta, el deporte y la lengua británica. Y en ese husmear por los hitos he hallado una joya: el 75 aniversario de la visita de Evita Perón a la España oscura de la postguerra.
Era junio de 1947 y la seductora figura de la mujer del presidente argentino fue recibida por una multitud en Barajas, para emprender un itinerario de once días en los que visitaría una veintena de localidades; un recorrido frenético de los que hoy hacen los turistas chinos, de muchos sitios en poco tiempo. Y entre ellos estuvo Segovia y su fotografiado paseo con Carmen Polo junto al Acueducto.
Su fácil verbo, que ahora sería populismo, y su ruptura constante del rígido protocolo cautivó a los golpeados españoles. Como hizo conmigo cuando años después oía contar en casa que fue preguntada al término del viaje que era lo que menos le había gustado de España, a lo que contestó: «el pan». A continuación le lanzaron:«¿Y Franco que le ha parecido?». Y sin dudar respondió: «Un pedazo de pan».
Ya saben que el ministro Garzón dijo en un periódico inglés que lo que no le gusta de España es la carne. Si acto seguido le hubiesen cuestionado por Pedro Sánchez, quizá le hubiera definido como «un trozo de carne». Pero me temo que no tiene la ironía de Evita, ni mucho menos el carisma entre los que ella llamaba «mis descamisados».