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Pedro Sánchez no pudo demorar por más tiempo una remodelación del Gobierno que venía exigida por una acumulación de desacuerdos internos y evidencias de desgaste que constituían un peligroso lastre para los desafíos que aguardan a España en los treinta meses que restan de legislatura. ... Los cambios introducidos por el presidente resultan del complicado manejo de un considerable número de condicionantes. El primero, que ejerce una prerrogativa exclusiva pero no lidera un Gabinete de un único partido, sino de coalición. El profundo alcance de algunos relevos en carteras socialistas contrasta con la condición casi de espectadores que disfrutan los cinco ministros de Unidas Podemos, después de que Yolanda Díaz hiciera valer que una disminución en el peso de la formación morada habría exigido revisar el acuerdo por el que llegaron a La Moncloa. Un pacto que vuelve a imponer un Consejo de 22 ministros, inexplicable en otras circunstancias. La mutua necesidad asciende a la ministra de Trabajo a la vicepresidencia segunda y salva además de la destitución a titulares de gestiones disfuncionales o sencillamente desconocidas, que superan la crisis con mayor fortuna que algunos de los que dejan el Gabinete. Pedro Duque, José Manuel Rodríguez Uribes, Juan Carlos Campo o Isabel Celaá acreditan el obligado sacrificio, de mayor nivel en el caso de Carmen Calvo o José Luis Ábalos.
Ni Calvo ni Ábalos, escuderos de Sánchez en su trabajoso ascenso al liderazgo del PSOE y en la llegada al poder, se ajustaban ya al perfil que el presidente necesita imprimir, por un lado, a la gestión de su partido y, por otro, a la tarea del Gobierno. La irrupción de ministras jóvenes, procedentes de la política municipal y de territorios estratégicos como Cataluña, Comunidad Valenciana o Castilla-La Mancha, trata de marcar un rumbo modernizador a las federaciones socialistas y a la vez aportar al Ejecutivo un componente de experiencia en la gestión de proximidad desde una preparación técnica. La apreciable presencia de mujeres en las máximas responsabilidades debe corresponderse con un cada vez mayor compromiso con la igualdad que tiene que trasladarse a todos los ámbitos de la sociedad.
Los dos años que le restan de mandato exigen a Sánchez cerrar frentes de desgaste como el que reabrió la crisis con Marruecos por la acogida al líder saharaui Brahim Ghali y que ahora deberá reconducir al frente de Exteriores José Manuel Albares, además de trabajar por que España recupere el protagonismo internacional perdido. La marcha de Arancha González Laya, junto a las de Celaá y el jefe de Gabinete, Iván Redondo, dejan bajo mínimos la 'cuota vasca' del Ejecutivo, para desasosiego de un PNV que pierde en Política Territorial la figura amable de Miquel Iceta y ve cómo la necesidad de preservar el diálogo social salva de la quema a José Luis Escrivá.
Para afrontar su hora de la verdad y relanzar la agenda de recuperación hacia una economía más competitiva, en vísperas de que comience a llegar el flujo de fondos de la Unión Europea, Sánchez se encomienda a las credenciales ante Bruselas de su ahora vicepresidenta primera, Nadia Calviño, y a una mejora en la coordinación interna y con sus socios en el Parlamento que deberán mimar el titular de Presidencia, Félix Bolaños, y el nuevo jefe de Gabinete, Óscar López. Y todo ello sin que la preocupante evolución de la pandemia lleve a suscribir que se ha «superado lo peor», como sostiene el presidente.
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