Hubo un tiempo en que los sucesos me resultaban atractivos porque permitían contar, en caliente, historias muy leídas. Como pasé varios años trabajando para un diario nacional bastante aficionado a la sangre, me tragué montones de desgracias que no dolían mientras las redactaba ni al ... día siguiente cuando las comparaba con lo que habían escrito otros colegas. Pero aquella etapa «feliz» por ser tan insensible con los males ajenos fue pasando con el tiempo y, si mal no recuerdo, el último gran acontecimiento del que me ocupé fue el aparatoso accidente de trenes en Villada, provincia de Palencia, hace más de quince años. Ahora, a esta edad provecta, los grandes sucesos me duelen y me alegro de no tener que cubrirlos porque estoy seguro de que pasaría un rato chungo: no mientras estuviera metido en faena, pero sí horas después, cuando llega la calma.

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Esto es, exactamente, lo que me pasa con la escabechina de Santovenia, cuyo origen sigo sin entender porque una cosa es llevarse fatal entre residentes y otra disponer de un arsenal por si vienen mal dadas. Lo que ha ocurrido allí es un disparate difícil de asimilar: la muerte a tiros de un vecino y del teniente coronel de la Guardia Civil, además de no cerrar ningún conflicto abre una etapa de dolor, murmuraciones, odio entre familias y mutua desconfianza. Lo siento por ti, Santovenia, que tardarás mucho tiempo en quitarte el sambenito.

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