José Ibarrola

Salvajadas sin nombre

La Platería en llamas ·

«Por este abuso perverso del anonimato acaso nos venga cualquier día un Esquilache dispuesto a prohibir la capa digital con la que muchos se embozan»

Rafa Vega

Valladolid

Miércoles, 24 de noviembre 2021, 07:29

Un ciudadano oculto detrás de su avatar se despacha con una barbaridad sin parangón a través de una red confeccionada en código binario y de la que ha decidido aprovecharse para satisfacer un impulso primario.

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Sorprende la necesidad de tanta ciencia y tanta tecnología al ... servicio de la bilis. También puede que lo haya hecho porque el anonimato propiciado por las condiciones de uso de la red social le permite publicar tonterías y exabruptos sin el requisito ni la necesidad de reconocerse en ellas. Aunque su identidad oculta tras un avatar sea conocida por algunas personas, se siente seguro en ese pequeño bosque de complicidades donde puede bramar y hacer muecas simiescas sin comprometer la cotización del resto de máscaras que usa a diario para mostrarse civilizado, generoso, sereno, respetable, etcétera. Sabe que, sin el curso de una denuncia que exija a la compañía propietaria la documentación imprescindible para dar efectivamente con el autor, su derecho a la libertad de expresión, la protección de su identidad y el minúsculo trampantojo de ceros y unos que la ocultan son suficientes para tirar piedras sin que pueda identificarse al propietario de la mano; útiles para un desahogo atropellado; también para practicar a discreción el acoso esporádico.

Pero, en este caso, su derecho a la libertad de expresión lo ha puesto todo perdido. Ni siquiera acude al insulto, esa calderilla de uso cotidiano en el complejo y decadente mercado de valores que se negocia con las redes sociales. Si lo hubiera hecho, si su mensaje salido de una inquina voluntariamente descontrolada hubiese sido sencillamente satírico –admitamos que incluso ofensivo– sin duda habríamos comprobado que se deslizaba, en efecto, por las redes sociales sin más trascendencia y con total normalidad: aplaudido y redifundido por unos, desdeñado y vituperado por otros; con un recorrido breve y taciturno, como el de la incontable mayoría de mensajes que transitan sin pena ni gloria cada día, mendicantes todos ellos de una atención fútil y vanidosa.

Sin embargo, el ciudadano anónimo no pretende llevar su crítica y su indignación por el sendero agudo y sinuoso de la broma. Él quisiera ir más allá, pero ese es un viaje complejo, difícil. A menudo consume episodios de cavilación sin rédito alguno, así que opta por el primitivo y cómodo más acá. Aprovecha la ambigüedad del contexto y la brevedad del mensaje para relacionar en unos cuantos caracteres la imagen de un linchamiento históricamente conocido y registrado en el imaginario colectivo con nuestro presente local, democrático y pacífico: el final sangriento y brutal de Mussolini con, ni más ni menos, Óscar Puente. Caray.

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Un pronto –claro– que, sin embargo, no tiene un pase y el ciudadano detrás de su avatar lo sabe. Si no, habría sido un pronto con firma, la misma que, sin duda, asoma en sus felicitaciones navideñas, en sus cartas de amor –si es que acostumbra a escribirlas–, sus informes trimestrales, sus correos electrónicos o sus circulares; una identidad conocida, como la que suele acompañar a las ideas inteligentes, a las frases brillantes, incluso a los poemas abandonados en los autobuses y a todas y cada una de las ocurrencias salidas de la boca de Oscar Wilde.

Por este abuso perverso del anonimato acaso nos venga cualquier día un Esquilache legislador dispuesto a prohibir la capa digital con la que muchos se embozan. Y no descarto que sea del mismo partido que este grupo municipal desnortado y oportunista, capaz de intentar aprovecharse de mensajes salvajes publicados por ciudadanos anónimos y reprochar malos modales al alcalde al tiempo que pide disculpas en boca de cabezas de turco.

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