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Que el rigor europeo iba en serio, Pedro Sánchez lo empezó a comprender en cuanto salió de Moncloa y se fue de gira para hablar ... con algunos de sus homólogos europeos. Fue el prólogo de una cumbre maratoniana que ha salvado in extremis el proyecto de solidaridad europeo con un acuerdo histórico para el reparto del denominado fondo de recuperación, tras la pandemia de la covid-19, que supone, por primera vez, la mutualización de la deuda y el reparto de 750.000 millones de los cuales 140.000 corresponderán a España durante los próximos seis años. Y lo más favorable del asunto es que 72.700 de ellos serán a fondo perdido.
Esto no quiere decir que lleguen de golpe los días de vino y rosas. Las cláusulas impuestas en la letra pequeña por los llamados países frugales hacen que el destino de esos fondos tenga que ser aprobado por todos los países miembros y que, de manera razonada, alguno de ellos pueda oponerse a las pretensiones de gasto de un gobierno determinado. Por supuesto, de la derogación de la reforma laboral que el Gobierno pactó con Bildu, nada de nada. Europa nos ayuda, pero a cambio de presentar unos planes nítidos y precisos que dejan fuera de programa cualquier veleidad ajena a la ortodoxia común.
La 'realpolitik' se impone cuando pintan bastos y se comprueba que la correa de los perros que impone la Unión Europea es de cuero, por muy valioso que este sea, y no de longaniza, como ilusos de nosotros habíamos supuesto. Ahora, Pedro Sánchez se verá obligado a explicar a los activos militantes de Podemos, a los sindicatos y a los colectivos más amparados por el Gobierno, que los planes previstos tienen que cambiar forzosamente y que Bruselas va a ejercer en la practica una especie de supervisión que, alejada de los hombres de negro, si que va a condicionar la aplicación de medidas que deben de contar con la aprobación del resto de los socios europeos. Esto se plasmará en la confección de unos Presupuestos, rigurosamente vigilados, para 2021 alejados de las aspiraciones iniciales, en la seguridad de que cualquier alternativa es peor, y que no hay otra que conjurar la crisis galopante que se nos viene encima aplicando medidas y reformas que no estaban en el programa. Toca descender de las ensoñaciones del dinero para todos a la realidad de una ayuda condicionada, mesurada y vigilada. También toca convocar a las fuerzas políticas y pactar una estrategia de reconstrucción sin utilizaciones sectarias. Es preciso aparcar la demagogia y adaptarse a la realidad.
La Unión Europea ha alcanzado, ciertamente, un acuerdo calificado de histórico, pero queda seriamente tocada en su estructura de funcionamiento interno. Ya se ve que adoptar las decisiones por unanimidad es un mecanismo que tuvo sentido en su día y que ahora se revela como imposible. También queda claro que hay países cumplidores que han obtenido medidas compensatorias favorables, similares al cheque británico que en su día consiguió Margaret Thatcher, y que esta solución que celebramos por lo que nos toca, es quizá el final de un camino que, a partir de ahora, exigirá rigor, austeridad y disciplina presupuestaria. El maná europeo ha evidenciado su final y debemos de ser conscientes de que sólo la acción mancomunada de Merkel y Macron nos ha evitado la ruina. De momento, salvamos los muebles y recibimos un oxígeno que nos resulta absolutamente imprescindible para no sucumbir como país. Ahora, el Gobierno y el conjunto de las fuerzas políticas deberán de estar a la altura. Veremos.
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