Cuando escribo estas líneas el autor o autores de la muerte de Esther López siguen libres, aunque dudo que la espera se prolongue mucho más. Da igual cómo y dónde se hayan producido los hechos porque el torrente de datos que manejan policías y guardias ... civiles es tan copioso que les permite averiguar cualquier detalle de todos nosotros. Por muchas cámaras que haya cerca vigilándonos es una pequeñez comparada con la información que proporcionan los teléfonos móviles, que según datos de las propias compañías hay en España más de 55 millones. Ayer mismo, comentando este desgraciado suceso con dos expolicías amigos destacaban el valor del ojo siempre abierto de ese Gran Hermano que anota y guarda los rastros que dejamos por todas partes.
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Sería absurdo quejarse de que en Valladolid esté previsto aumentar la vigilancia callejera que realizan las cámaras que controlan el tráfico o las grandes concentraciones, a las que deberíamos añadir las instaladas en establecimientos, escaparates, portales y edificios públicos y privados de toda la ciudad. Como no tengo nada que ocultar, no me quita el sueño tanta vigilancia desde las alturas; si acaso, lo más molesto es que se me vea el cartón de la cabeza.
No sé si en los cuerpos de seguridad todavía quedan investigadores de los de antes, pero no me extrañaría que a día de hoy haya menos sabuesos olisqueando el terreno que informáticos cruzando datos.
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