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Seguramente Alberto Chicote diría que los ingredientes que usaba su madre no son los canónicos, Google le diría que la mejor la hacen en un restaurante carísimo y su cuñado que a su madre le sale más rica… Da igual lo que te digan, ... y da igual que tengan razón, ninguna sopa sabe mejor que la sopa que te hacía tu madre. Mi recuerdo de la sopa de madre es que llegaba del colegio muerto de frío, con el estómago apurando los restos del bollo del recreo engullido rápido, y ese plato de sopa que te estaba esperando recomponía entero tu cuerpo para lo que te quedaba de día. Eso no lo reemplaza la sopa del mejor restaurante. Por eso es imposible ser objetivo con la sopa de madre, por eso cada persona del mundo, excepto Mafalda, te dirá que la sopa de su madre era la mejor sopa del mundo.
Raquel Martos tiene nuevo libro, y se llama 'Los sabores perdidos'. Les aseguro que conozco personas que escriben maravillas y son malas, personas que escriben mal y son maravillosas y, a veces, no todas, muy pocas, personas que escriben lo que son: si son malas, hueles su ruina en cada línea y, si son como Raquel, su escritura sabe a mimo, a cocción lenta, a sufrimiento volcado en la cazuela con guarnición de inteligencia y humor.
El libro de Raquel Martos tiene de la autora la sonrisa melancólica de quien gana como persona con cada vez que pierde pilares de su vida. Es un libro que va más lejos de la magdalena de Proust porque no nos habla de sabores recuperados que nos trasladan a la infancia. Nos habla de aquellos que ya no podremos saborear, de los que sólo nuestro recuerdo se hace cargo. De la más profunda de las penas dentro del más lejano de los platos. Por eso es un libro imperdible, porque si, después de que se hayan ido las personas que fabricaban esos sabores, queremos acceder a ellas, solo nos queda evocarlas, pensar en ellas, nombrarlas.
Mi amigo Alfredo hacía los mejores cocidos que recuerdo haber tomado jamás. No me cuenten que mi recuerdo está engrandecido por aquellas reuniones de cinco en una mesa laborando garbanzos entre risas mientras Alfredo blandía el cazo proponiéndote otra porción más de tocino. No me lo cuenten porque no quiero que sea así. Mi amigo Alfredo hacía el mejor cocido del mundo y un día ya no hubo Alfredo ni, por supuesto, hubo cocido de Alfredo. Dice uno de los personajes de aquella maravilla de Pixar que se llama 'Coco' que las personas mueren del todo cuando ya no queda nadie vivo que las recuerde, y probablemente es cierto. Una vez al año quedo con amigos de Alfredo a comer solo para recordarle durante dos o tres horas. Cada año se repiten las mismas frases, las que él decía, y las mismas anécdotas, las que cada uno vivió con él. Y, sin embargo, nadie las protesta, nadie pide que hagamos otra cosa. Esto es 'Los sabores perdidos', una receta para recordar lo que duele sonriendo. Esta es Raquel Martos, una persona que quisiera que me recordase siempre.
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