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Sobrecoge releer a José Jiménez Lozano en estos días de ira y de coronavirus. En sus artículos para la prensa de los últimos años puede hallarse uno de los más fundamentados diagnósticos de nuestra crisis cultural. Un derrumbe que él, evocando la caída de Roma, ... veía reflejado en esta cita de E. Power: «Sus carreteras fueron mejorando a medida que sus cualidades de estadistas fueron empeorando, y la calefacción central triunfaba mientras la civilización caía». ¡Cómo no sentirse interpelados justo hoy!
Pocos cronistas habrá más agudos, penetrantes e incisivos que el escritor de Langa en el análisis de la caída de Europa y de su vieja y más que honorable cultura. Pero su crítica no nace del odio sino del aprecio. Jiménez Lozano era un hombre genuinamente conservador al modo del británico Roger Scruton, quien decía que conservador es el que se moviliza para defender lo que ama, no para rechazar lo que odia. Y esa primacía del amor, de la mirada capaz de apreciar el valor del legado recibido, marca su mirada de la realidad. No solo eso, sino que su empeño es explicar el carácter milagroso y frágil de esa herencia de civilidad, construida en medio de una historia de violencia y furia, como resplandor fulgurante del mejor rostro de lo humano.
Esa mirada amorosa y compasiva reivindica que la principal misión de la palabra es ayudarnos a ver la hermosura de lo que nos rodea. Y es que «cuando no empleamos el lenguaje como elogio y celebración del mundo ¿Acaso no comprobamos su amargor en la boca?». De ahí se derivan otros mandamientos vitales del langareño: la compasión ante la común fragilidad compartida, que es la que nos hace iguales en lo humano; y la humildad, que no deja de ser más que un modo de vivir con los pies en la tierra, frente a la tentación de elevarnos como globos fatuos, impulsados por el viento de nuestras ensoñaciones.
Aunque quizás lo más provocador suyo hoy, en estos días de furia y rabia, sea su invitación a no dejarnos llevar por el exceso de ego. Y es que, como escribió Kierkegaard en sus Diarios «una persona sola no puede prestar ayuda a una época, ni tampoco salvarla; solo puede explicar que se hunde». «Pero creo que le faltó añadir –apostilla nuestro hombre– que debe explicarlo con misericordiosa ironía y esperando, contra viento y marea, y contra toda esperanza, que así es seguro que ese mundo al fin no se hundirá, gracias a los diez justos que siempre hay en él».
Descansa en paz, Jiménez Lozano, acunado por toda la belleza y bondad que supiste modelar con tus palabras, con las que nos construiste un refugio en el que protegernos, un poco, de la intemperie del mundo.
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