Ahora que la clase política vuelve a invocar a la ciencia, recuerdo que hace unos días, el Centro para el Control de Enfermedades anunció que la COVID-19 se transmitía mediante aerosoles. Acaba de rectificar. Hubo un momento en el que la ciencia fue el burladero de la política. Pedro Sánchez se refugió allí desde el primer discurso. Recuerdo los primeros compases de esta cosa, cuando los científicos decían esto o aquello. En realidad, un argumento científico es capaz de sostener un plan y otro argumento con la misma verdad, otro plan distinto. La ciencia en general justifica lo que haga falta. La confusión llega cuando se confunde la ciencia con decisiones políticas. Hubo un momento en que las autoridades nos dibujaron las mascarillas como un complemento de moda para hipocondríacos y gentes histéricas que forra las paredes del salón de papel albal para que la NASA no escuche sus pensamientos. Fernando Simón sostenía que ponerse la mascarilla en el exterior estando sano suponía sobreactuar. En realidad, esa decisión respondía a criterios políticos. Decían que las mascarillas no servían porque no había, aunque el efecto consistió en que gente como yo, que tenía una, no se la ponía.

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Más tarde obligaron a llevar la mascarilla hasta debajo del agua y en general contradijeron esta y todas las órdenes. Abrieron los bares y cerraron los colegios. Ahora han abierto los colegios y van a cerrar los bares. Los niños eran poco menos que bombas de contagio, después contagiaban menos y es posible que en un futuro nos digan que abrazarlos cura la enfermedad. Sánchez dijo que habíamos derrotado al virus y el otro día, en lo de Alsina volvieron a pinchar el 'Facciamo'. Mandaron a la ciudadanía a la calle a vivir la vida en las terrazas y después los acusaron de irresponsables y de haber desatado una segunda ola de contagios, de ser poco menos que un pueblo ingobernable y sin esperanza. «Ya sabes cómo es la gente», les escucho decir.

El Gobierno que defendía el estado de alarma y el mando único sanitario, soltó las riendas de la pandemia, se fue de vacaciones y dejó a las comunidades autónomas que se cocieran en su propia salsa. Después, el Ministerio de Sanidad, que dijo que las comunidades debían tomar sus decisiones contra la pandemia, coqueteaba con un 155 sanitario contra Madrid. El mayor choque institucional entre Estado y autonomías después del 'procés' se produjo después de una escena de concordia con 24 banderas. La Comunidad de Madrid, que clamaba contra el mando único, atacó a Moncloa por desentenderse de la lucha por la pandemia y no adoptar una estrategia conjunta. En la rueda de prensa en la que Isabel Díaz Ayuso presentaba medidas restrictivas para unos barrios de Madrid separados por una calle de otros en los que no se aplicaban dichas medidas, criticaba que en una provincia hubiera se tomaran y en la de al lado, otras. Anteayer había un acuerdo entre Madrid y Moncloa, y ayer, no.

Los que creen que la situación en Navarra es muy mala sostienen que en Madrid es controlable. Los que creen que la gente se contagia en el metro de Madrid, no piden pruebas PCR en Barajas y los que quieren cerrar Barajas aseguran que en el metro no se ha contagiado nadie. En lo único que coinciden todos es en que la gente es muy irresponsable. Ya es mala suerte.

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