Una de las incertidumbres que repetidamente nos asaltan, y cuyo análisis ocupa a buen número de pensadores de toda calaña, tiene que ver con la influencia que a largo plazo hayan de tener en la mentalidad los usos digitales del saber y de las redes ... sociales.
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Una de las premisas iniciales, sobre la que no hay discrepancias, es la posibilidad de disponer de una biblioteca universal. Todos los libros existentes podrían ser digitalizados. Ya no es una utopía la estantería total. No hay obstáculo teórico que lo impida, tan sólo la inutilidad práctica lo hace poco probable. Sin embargo, el caudal de conocimientos que está a nuestro alcance es casi inútil por su gigantismo. Tan grande que, paradójicamente, en vez de provocar un atracón de saberes, nos amenaza con el desinterés y la vagancia. Lo monstruoso desanima. Nos confronta con una tarea inabarcable y una ilusión falsa. Esta sería una de las primeras consecuencias a tener en cuenta.
Otra razón para sentir de cerca la amenaza de la pereza, no está en la desmesura de los datos sino en la comodidad. Ya no hay que hacer mucho esfuerzo para recibir una primera lección sobre cualquier materia. Basta con pinchar en el lugar adecuado y esperar. No necesito preocuparme demasiado por conocer algo porque, si lo preciso, lo tengo al alcance de la mano de inmediato. Ni siquiera tengo que ejercitar la memoria, pues Wikipedia colma la primera necesidad, y mientras tanto me las arreglo con lo mínimo y vivo mi saber a pequeña escala. La consecuencia inmediata, lógicamente, es un bajón de la curiosidad. Si me dan todo hecho mi deseo se estanca. O, al menos, se detiene delante de mis narices, sobre la pantalla, donde, por si fuera poco, un inteligente algoritmo pone ante mis ojos justo lo que en esos momentos me gustaría desear. Lo saben y me lo ofrecen a tiro hecho, sin más. De este modo, la fantasía queda atrapada, secuestrada, y además mediatizada por la inmediatez y la brevedad. No sólo tengo toda la información a mi alcance, sino que seleccionan por mí lo que me puede atraer. La red conoce mis gustos y no le cuesta acertar y despertar mi interés y, de paso, mi consumo.
Conozco poco y conocen por nosotros. Esta es la primera ecuación epistemológica, la fórmula principal. La segunda acepción indica que conocemos, pero que no sabemos conocer. Ya no sabemos saber. Nos cuesta comprender la razón de lo que sabemos y, por lo tanto, perdemos la capacidad de elegir. Las llamadas razones profundas, las razones de la razón, el fondo de cuanto aprendemos, quedan ocultos. Sólo vemos la superficie de los hechos. Sólo asimilamos el plano de las pantallas y lo que nos ofrecen prefabricado tras las consultas que hacemos. Todo es conducido al presente, donde la historia, la filosofía, el clasicismo o la cultura no cuentan nada más que con un estrecho espacio, condenadas a la gratificación narcisista y el adorno intelectual.
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