La culpa de todo la tiene la Campos
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De la Campos, imprevisible por transparente y volcánica, se podía esperar cualquier cosa, hasta que llamara gilipollas a Vasile«La culpa de todo la tiene Yoko Ono», cantaba Def Con Dos. Pues no, la tiene la Campos. O de casi todo. De que le suelte un «Vaya terminando, amiga» a cualquiera que se me acerque a darme la brasa, por ejemplo. También la ... tiene de muchas más cosas: de demostrar que las mujeres podían triunfar en la profesión pasados los cuarenta, de negarse a que trataran de 'marujas' a quienes veían sus programas, de incorporar a la televisión las tertulias políticas (eso no sé si se lo vamos a perdonar alguna vez) o de que servidora no fuera a la facultad y se quedara pegada a la pantalla. Y es que de la Campos, imprevisible por transparente y volcánica, se podía esperar cualquier cosa, hasta que llamara gilipollas a Vasile, que se convirtió en su ex señorito al cambiar de cadena. Luego hicieron las paces y se volvieron a casar catódicamente.
La Campos tiene la culpa de que mi abuela y yo habláramos de ella como si fuera una pariente de Málaga venida a más, o de que una amiga me haya escrito diciéndome «Nos quedamos huérfanas, tía». Y eso solo lo consiguen las grandes. En sus últimos tiempos, María Teresa reclamó un programa con la misma fiereza con la que había conseguido todos los anteriores. Porque sabía que si ya era difícil tener una habitación propia (aunque ella tuvo un casoplón con un armario enorme para meter sus zapatos de lujo), para tener un espacio propio hace falta orgullo, carácter y un punto de soberbia, que por algo era Cojonudita de Málaga. Sin embargo, en su última casa televisiva la trataron como a una visita que se hace pesada. Pero lo que cuenta no es el final, lo que cuenta es todo. Y todo, en una profesional que calculó su vida por programas en lugar de por años, es mucho.
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