En primer término, Pablo Iglesias. E. P.

La ropa interior por fuera

«Como son cada vez menos los que tienen el privilegio de trabajar, la mayor parte de los españoles se distrae estas semanas tratando de interpretar correctamente los derechos y deberes de cada fase. Vana ilusión»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 30 de mayo 2020, 08:34

A partir de hoy «se requerirá que todos los ciudadanos se cambien de ropa interior cada media hora. La ropa interior deberá llevarse por fuera para que la podamos verificar. Y por lo demás, todos los niños menores de 16 años tendrán ahora… ¡16 años!». ... Así lo anuncia el comandante Espósito, el nuevo presidente de la República de San Marcos, en la película 'Bananas'. No se dice, pero Woody Allen trabaja de estrangis para el Gobierno de España. Redacta, cortando y pegando viejos textos de Groucho Marx para adaptarlos a la nueva normativa de cada fin de semana de estado de alarma. Yo me he dado cuenta enseguida al leer despacio el prospecto de uso obligatorio de las mascarillas. Es un vulgar plagio.

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Como son cada vez menos los que tienen el privilegio de trabajar, la mayor parte de los españoles se distrae estas semanas tratando de interpretar correctamente los derechos y deberes de cada fase. Vana ilusión. Entre las colas ante las farmacias, las esperas interminables en el teléfono para hablar con las oficinas de empleo, el colapso de las citas previas y la obligatoriedad del paseo diario, que nunca antes se había conocido en estas dimensiones, apenas hay tiempo para nada. Sin haber conseguido entrar en la web del SEPE para saber cuánto y cuándo van a cobrar lo que les corresponde por su ERTE, desde hoy son ya millones de españoles los que con una mano rellenan formularios online y con la otra se dejan la huella dactilar en la rellamada al INSS para saber qué hay de su salario mínimo vital. «Ni un hogar sin lumbre ni un español sin pan», que decía el general desde lo alto de la cucaña del poder.

Ni siquiera de noche se descansa, porque los que quieren relajarse de lo abrumador del día han de ir cada media hora a 'resetear' su 'router' para poder ver completa una serie de Netflix. Las videoconferencias chupan los datos como si fueran vampiros, y el síncope se extiende mucho más allá de la hora de la cena. Cierto es que prácticamente ha desaparecido la barahúnda de los balcones. Pero no así la moda de exhibir cada día la ropa interior, los trapos sucios de cada casa, frente al ojo del gran hermano. Que, por cierto, lo tiene todo grabado en sus nubes… Dice la OMS que uno de cada dos ciudadanos occidentales saldrá loco de esta crisis. Una ratio que aumenta en el caso de los funcionarios del Estado: dos de cada tres. Me parece poco.

¿Podría hacerse peor? Seguramente. ¿Más entretenido? No lo creo. Lo más grave, con todo, dice el ministro Illa, está por llegar en otoño, después del desmelene. Con rebrote y sin vacuna. Es decir, que nos preparemos para apurar al máximo este simulacro de libertad, este paréntesis de los siete pecados capitales de la desescalada. Que en cuanto nos demos cuenta habremos regresado de nuevo a las siete virtudes del catecismo de abril: contra soberbia humildad, contra avaricia generosidad, contra lujuria castidad, contra ira paciencia, contra gula templanza, contra envidia caridad y contra pereza diligencia. Todo está escrito. Menos la letra pequeña de los anuncios del Boletín Oficial del Estado. Eso queda para Woody Allen. O para el presidente Espósito.

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