![¡Otra ronda!](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202205/24/media/cortadas/GF4G84N1-kSvH-U1701852663597BD-1248x770@El%20Norte.jpg)
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Tal es el frenesí consumista actual que para salir en Madrid hay que reservar no solamente el restaurante, algo ya absolutamente imprescindible, sino el lugar donde se va a tomar la cerveza antes y la copa después. Los locales con una cierta fama obligan a ... elegir uno de los dos turnos que establecen para cenar y, por supuesto, la mesa no puede ocuparse más de dos horas justas. Los restauradores intentan recuperarse de la crisis pandémica con estas exigencias que se mantienen porque los clientes tienen un cierto ánimo pastueño y están dispuestos a todo con tal de brindar y celebrar. Hablamos, para que se entienda bien, de sitios donde el ticket medio no baja de 70 euros por persona, lugares abarrotados a los que hay que llamar con mucho tiempo de antelación porque las reservas están cogidas para varios fines de semana.
Bares, restaurantes, cafeterías, pubs, coctelerías, discotecas, gastrobares… todos hablan y no paran de lo bien que les van las cosas –por el momento–, y de las ganas irrefrenables que muestra la clientela. «Estamos sirviendo más champán que nunca», me decía el propietario de un restaurante tradicional en el centro de la capital. La gente aún tiene ahorros de la etapa del confinamiento y, sobre todo, ganas de gastarlos. Sin embargo, esto no va a ser jauja. Los letales efectos de la inflación todavía no se han manifestado con toda su crudeza en una buena parte de la ciudadanía. Si unimos a esto la inminente subida de los tipos de interés, los precios de los gasóleos de automoción, el gas y la electricidad y la escasez de muchos productos imprescindibles en la industria que hacen crecer los precios, nos daremos cuenta de que vivimos un espejismo en toda regla y también que el personal se ha aplicado al 'carpe diem' con un empeño digno de encomio.
Estamos en ese momento en el que, animados por la euforia primeriza del alcohol, gritamos: ¡otra ronda!, pensando únicamente en el disfrute momentáneo. Luego, más tarde, llegará el inexorable tramite de pedir la cuenta y al echarnos a la cara la factura repararemos en lo costoso de la fiesta. Gastamos, claro está, por encima de nuestras posibilidades. Animados por lo mal que lo pasamos en la pandemia y blandiendo el «a vivir, que son dos días», no reparamos en gastos ni en fastos de ningún tipo, otra cosa es que pasado un tiempo, no demasiado, la realidad irrumpa en nuestras vidas con toda su fuerza y el realismo disipe los efluvios dulces de un tiempo de consumo sin tasa.
No se trata de encerrarse de nuevo ni de acogerse a los hábitos de la vida monacal, sino de mirar la situación con el realismo que merece. Aún no sabemos cómo vamos a pagar el gas para calentarnos el próximo invierno, ni si tendremos que pedir un crédito para llenar el depósito del coche. Las hipotecas van a encarecerse de manera clara y la cesta de la compra continuará en niveles muy altos durante bastante tiempo, diga lo que diga el Gobierno. Tocados por el don de la ebriedad del momento, cabe preguntarse cuántas rondas más podremos ordenar con posibilidad de hacer frente a los gastos. La situación pinta mal y todos los indicadores económicos presagian un tiempo difícil para el que deberíamos prepararnos. Podemos hacerlo u optar por el «comamos y bebamos que mañana moriremos», que pronunció Epicuro. En cualquier caso, el pragmatismo se impondrá sin remedio. Será el momento en el que dejaremos de pedir champán para poder pagar la factura de la luz.
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