Ha bastado una semana para encontrar un nuevo chivo expiatorio: los locales nocturnos. La noche echa el cierre en Murcia y en Barcelona. Vuelven las fases y los desfases a Zaragoza. Y Madrid se asoma al camino, a pesar de que por ahí todavía se ... puede caminar por la calle sin mascarilla. ¿Quién lo entiende? Lo importante para millones de personas es saber qué va a pasar con las costas en los próximos días. Los días de la diáspora. Hay estudios que ponen directamente en relación la movilidad veraniega con los rebrotes. Pero parece más sencillo prohibir las copas que las caravanas. Contribuye a ello el que los jóvenes entre 15 y 29 años se hayan colocado en la barra más alta de los contagios. Aunque la muerte los tome únicamente como vehículos, buscando otras edades del hombre más vulnerables.
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Dice la OMS que este verano elegir con quién se va y adónde es una cuestión «de vida o muerte». Ignora que por encima de las copas, de las playas o de las inquietudes turísticas de cada quisque, en los meses de agosto y septiembre en España existe una entidad superior que se llama fiesta. Eso que los creadores del nuevo lenguaje llaman ahora «no fiesta». Ignora también que en la misma raíz etimológica de esta palabra, fiesta, confluyen por igual el derecho al descanso, la solemnidad de la ofrenda a los dioses y el puro jolgorio. El festín, vamos: la diversión. La necesidad de salirnos de nosotros mismos para verternos en los demás. Para ser un poco los otros. El otro.
Ignora que para los españoles ser radicalmente individualista es compatible con ser altamente gregario en las calles, en los teatros, en los estadios de fútbol, en las procesiones… Y en las discotecas. Como ignora que en verano, cuando aprieta el calor, no es que nos guste vivir la noche. Sino que vivir, lo que se dice vivir, sólo puede hacerse de noche. Lo otro es resistir. «Tus ojos me recuerdan las noches de verano», que escribió don Antonio Machado y cantó, con tantas vibraciones, Paco Ibáñez. ¿Se le puede decir algo mejor a una chica? Somos de noche, los españoles. De verde luna.
Prohibir la noche en agosto es dejar sin trabajo a medio millón más de personas en España. Esa noche en la que se contagian las risas, las canciones y los besos. Y el coronavirus. Que no se rompa la noche, por favor, que no se rompa, que cantaba Julio Iglesias. ¿Se puede vivir sin fiesta? ¿Se puede vivir sin noche? Claro que sí, aunque algunos se nieguen a llamar vida a lo que nos quedaría detrás de tales pérdidas.
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Cabe, acaso, el último recurso de Hemingway: vivir con corazón de viejo esa 'fiesta movible' que él vivió en el París de su juventud. Y mirar a las estrellas, aprovechando que más de la mitad de los españoles se han quedado sin dinero para gasolina. Y los cielos están más despejados que nunca. Eso y esperar nuevas oportunidades detrás de las mascarillas. Ésas oportunidades que habrán de venir, por ejemplo, de la mano de ese gran acuerdo europeo por el que tanto nos felicitamos. Y que llegarán, si llegan, para la segunda mitad de 2021. Laus Deo. De menos se hizo el mundo.
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