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Llega julio, con los campos amarillos y los cardos requemados. Las siestas eternas, la nada licuada. Julio, mes de recuerdos que la pandemia ha encerrado en callejones oscuros de la memoria. Julio, viajes que pudieron ser y se han quedado en un intento.

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Las noches ... de julio no son suaves, ni cargadas de vagas promesas como las de junio. Julio es el tiempo en el que uno intenta encontrarse consigo mismo... Y no halla nada. Pero el verano ya está aquí, para sus apologetas y odiadores. Para que el magín funcione al ralentí y ni siquiera podamos sentir lo que ha sido un año durísimo. Otro año duro.

En Madrid se ha clausurado lo de la OTAN, y tengo mis dudas de que el hombre libre pueda volver a caminar libremente por las alamedas. La maldad existe, y es julio una embajada de otros veranos. Casi olvidados.

Si, habrá etapas en el Tour, quizá una sonrisa nos dé sentido a un mes en que no hay más remedio que dormitar, porque dormita el mundo menos el ya mentado mal, que planea cómo matarnos a sabañones, llegado noviembre, a aquellos que nos crecimos bajo el calor de una democracia, con la paz y las necesidades básicas cubiertas.

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Julio puede ser un mes cruel, discutiendo al poeta. No queda más que disfrutarlo con una barbacoa, buen vino, y deseos imposibles al cielo estrellado de Castilla. En compañía de unos ojos azules, cuando más profundo es el silencio o cuando más cantan los grillos, los del coro machadiano.

Descansemos en la paz relativa de julio. Hemos visto quemarse el monte, hemos visto demasiado. Volvamos al julio de nuestra infancia. Cuando la libertad y la BMX nos tenían ajenos a las crueldades del mundo.

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