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Roma ciudad eterna está conmemorando los ciento cincuenta años de su capitalidad, por doquier, importantes fastos. A través de los siglos y desde la fundación del Imperio Romano su legado ha sido importante; derecho, calzadas, puentes, acueductos, arado y creación de la bóveda desde el ... punto de vista arquitectónico. Su belleza cantada por Goethe, Stendal, Moratín, Carducci o Leopardi: «las horas más bellas de mi vida fueron los transcurridos en Roma, principalmente bella en aquellos momentos en que la ciudad queda vacía y una ligera brisa el «ponentino» lo envuelve todo».
Ciudad suspendida en el tiempo, testigo de victorias pasadas y ruinas vencidas nos invita a deambular por sus calles y plazas, nos invita a contemplar el reflejo de una entidad callada, así ocurre paseando por la Vía Appia Antica, flanqueada por cipreses, cuidadosas villas que recuerdan las de los antiguos patricios romanos. Al amanecer el sol ilumina las colinas del Aventino, Celio o Gianicolo, todo ello posee una cierta transcendencia que hace florecer entrañables vínculos entre ellos y nosotros. Adelfas blancas y rosas que pueblan las orillas del Tíber, viejos cafés de Piazza Navona o Vía Veneto.
En el siglo XVII empiezan a publicarse las primeras guías turísticas, destinadas no sólo para el viajero, sino para todo aquel que desee conocer la ciudad, la primera de ellas se conserva en la Biblioteca de la Universidad de Columbia, en Nueva York.
Italia hasta la Unificación en 1861, constituyó un mosaico de repúblicas independientes, históricamente, una vez expulsado Napoleón de Italia, Roma se convierte en república en 1798, después de que Francia invadiese los Estados Pontificios. Era el momento en que Roma intentaba conquistar Nápoles. Durante los primeros años del siglo XIX la capital fue Milán, posteriormente en 1861 Vittorio Emanuele II eligió Turín como capital. En 1870 se conquista Roma y el Papa queda recluido en el Vaticano. La elección de Roma como capital no era una opinión generalizada, si bien Vittorio Emanuele II viaja en tren desde el Piamonte configurando la capitalidad de Roma. Es el momento en que nace la llamada Cuestión Meridional, sorprendido de las condiciones de vida del sur de Italia. Con la caída de Porta Pía se pone fin a los Estado Pontificios.
El análisis de los tiempos remotos encierra nuevas enseñanzas para nuestros días. La antigua República de Roma se destruyó así misma, como hoy muchas democracias.
La Roma moderna se construye más allá de los muros Aurelianos, allí donde la Campiña romana se convierte en objetivo de todo artista. Es la Roma del Papa Alejandro VI, del Cardenal Barberini y del salón literario de la reina Cristina de Suecia, en el siglo XVIII fue comparada con París. Importantes palacios pertenecientes a esta época: Villa Borghese, Villa Medicis, Villa Doria o Villa Pamphili.
Hoy contemplamos la capitalidad de Roma como una eternidad callada, en medio de la bruma que produce el Tíber, o en un horizonte de doradas cenizas como ocurre en el Trastevere cuando el sol se oculta. Goethe la consideró la capital del mundo e Ibsen un paraíso. Creyó haber nacido por segunda vez cuando conoció Roma.
Hay tiempos y lugares donde se ha sido feliz, así sucede cuando se recorría Vía Veneto al caer la tarde, a esa hora la belleza de Roma se acrecienta al adquirir la ciudad tonalidades anaranjadas. Desde las terrazas de Harry's, Rosati o Café París se veía pasar la vida y se gozaba del arte del encuentro, hoy son fotografías en sepia, al contemplar su desaparición vertemos lágrimas de ausencia y pensamos en Juan Ramón Jiménez y sus versos «hasta las rosas más bellas en el otoño se van». Míticos lugares, testigos y protagonistas de una época se alejan. El último baluarte de Vía Veneto, joya de la ciudad cae por dificultades económicas, al igual que las viejas trattorias son un simple recuerdo. La Roma de los políticos, artistas e intelectuales no existe. Como afirmaba Vittorio de Sica nada como el cine para conocer la ciudad, de la mano de Roberto Rossellini y Anna Magnani nos detenemos para visualizar Roma Città Aperta.
Sentimos nostalgia del lejano tañido de las campanas, los colores, olores y sabores de los paisajes perdidos y el susurro de los cipreses. Si un día la batalla de la vida nos invade y nuestro ánimo flaquea pensemos en la belleza de la Antigua Roma porque existe armonía entre el entorno y nosotros en un tiempo azul. Las razones que nos inducen a amar esta ciudad son múltiples: una calle, un jardín, una fuente, una voz, rumor de vida por doquier, como la música de Respighi, nada se necesita y nada sobra porque en nuestra alma llevamos letra para todas las músicas. Dejemos pasar el tiempo sin prisa y como un bohemio caminemos por ella convencidos de que es una ciudad para envejecer despacio.
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