En el incendio de Notre Dame de Paris, en abril de 2019, la aguja se quemó entera y colapsó en el interior de la catedral. Después de ciertas dudas iniciales, el presidente Macron anunció el verano pasado que el edificio iba ser reconstruido exactamente como ... era antes de ser destruido, usando los mismos materiales. En el caso de la aguja, un añadido del siglo 19, eso significa el uso de más de mil robles de dos siglos de edad. Nosotros, los europeos, llevamos milenios usando este árbol al que muchos dan una importancia casi mística.
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A un tiro de Stonehenge, el circulo de piedras en el Sur de Inglaterra, está Woodhenge, un contemporáneo del famoso monumento neolítico, que era un círculo de troncos de robles. Hace 2.500 años, los sacerdotes que rezaban a dioses paganos en esos lugares fueron llamados 'los que saben de los robles' o 'druidas', como se dice en los idiomas celtas. Hoy día, druida, o 'draoi', significa mago en gaélico. El más famoso de ellos fue un galés llamado Merlín, el que enseñó a su joven amigo Arturo el truco de sacar una espada clavada en una roca. El roble donde practicó su magia se conserva en el museo de Camarthen, un poco al oeste del castillo de Santo Donat, donde la infanta Leonor irá a estudiar.
Más cerca de casa, en Guernica, está el Gernika Arbola, el roble donde, en tiempos pasados, el señor de Vizcaya, y luego el rey de Castilla, juraban proteger las libertades vizcaínas. Actualmente es el lugar de juramento del Lehendakari. No es por nada que el escudo del País Vasco está adornado con hojas de ese árbol. Euskadi está en buena compañía. Representando fuerza, dureza y eternidad, también el roble es el símbolo de otros cuantos países, como Alemania, Francia y los EE UU.
Todo eso por no hablar del Victory, el buque de guerra de Nelson, un marinero que navegaba con solo una mano. Se puede visitar ese gran barco en su base en Portsmouth. Está hecho con 5.000 robles centenarios, que representa lo que eran 400 hectáreas de bosques ingleses.
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De todas formas, sería un error pensar que esa madera dura es materia perfecta para grandes obras públicas. Tiene un fallo grave: es altamente inflamable, como el incendio de Notre Dame bien ha demostrado. La época de los druidas ha terminado. ¿Qué pensarían aquellos sabios de los planes de usar tantos robles, en tiempos de desforestación, una vez más para reconstruir la catedral parisina? Como ejemplo de los que no aprenden de sus errores, no hay nada mejor.
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