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Cuesta decir adiós, sobre todo cuando estás cómodo en alguna parte, en una empresa, o en una relación sentimental en la que irrumpió una circunstancia con la que no contabas. En todas las situaciones anteriores, la clave estriba en abandonarlas con dignidad. Es una opción ... pésima permanecer en donde prevés que serás un lastre para otros, e incluso para ti. Pero es puro desiderátum revertir las miserias de la naturaleza humana.

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Joe Biden ha renunciado a la carrera electoral. Le ha hecho un favor a su país y a muchos otros. Su esposa debió de sentarlo sobre sus rodillas y le explicó hacia dónde conduciría su empecinamiento. Al menos preservará el legado que revitalizó la economía y el empleo en Estados Unidos. Aun así, EE UU tiene prejuicios latentes, y Kamala Harris podría ser víctima de ellos.

A diferencia del presidente yanqui, Isabel García, la gerifalte del Instituto de las Mujeres en el ministerio de Ana Redondo, debería redactar una carta de renuncia, porque la han cazado en prácticas tan poco higiénicas como inmorales. Si no lo hace, y a la luz de las pruebas irrefutables que obran contra ella, su ministra debería destituirla de inmediato, en vez de pedirnos calma a todos.

Pero quien nunca se irá de ninguna parte es Gonzalo Santonja, salvo de sus principios, para abrazar otros nuevos. El consejero de los toros y otros circos debe de tener un don especial para haber encandilado a Mañueco, que debió hacer limpieza a fondo. Santonja ha surfeado durante su errática existencia sobre el arcoíris ideológico, de extremo a extremo (o mejor, de cabo a rabo, al que se aferra para cerrar su biografía).

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Lola Flores pronunció su célebre gracieta «si me queréis, irse». García y Santonja interpretan mal las palabras de la folclórica. De hecho, retuercen la sintaxis para acomodarlas.

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