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Salí abrumado de casa a media tarde porque no sabía qué tema elegir para el artículo. Hay días que uno parece atolondrado. Tras pasear por las calles fui a dar a un parque cercano. Me senté en un banco de madera, a la sombra de ... un castaño de indias con hojas casi escarlatas y, de pronto, a mi derecha vi venir un hombre de mediana edad. Me fijé en él porque hablaba gesticulando de manera histriónica. Me pareció que caminaba solo, pero no, según se acercaba, descubrí que tiraba de la correa de un perro ratonero de capa parda. El seto de arrayán me lo había ocultado. El hombre parecía sofocado. Al llegar a la plazuela del parque eligió un banco próximo al mío para sentarse y prosiguió con la sarta de reproches que, por lo que deduje, vendría de lejos: «Eres mala, eres muy mala; si no obedeces a papá algún día tendrás un disgusto gordo. Así no puedes seguir. Papá te quiere y te quiere mucho, pero tú eres una egoísta incapaz de apreciar el cariño de papá. ¿Me quieres matar a disgustos? ¿Es eso lo que quieres?».
Gracias a la catarata de reproches descubrí que el perro era una perra, indiferente a la regañina del dueño que, tras un pequeño descanso, siguió con su bronca: «Te he dicho mil veces que no tienes que hacer caso del primer perro que se cruce en tu camino y mucho menos si es un perro tan grande. Tienes que aprender a elegir. De esos perrazos solo te pueden venir disgustos porque no tienen la sensibilidad. Tú eres distinta. A ver si te enteras. Papá te lo ha dicho muchas veces, pero no aprendes; desobediente, que eres una desobediente. La culpa es mía por darte tantos caprichitos. Te dejas llevar por el primer perro que pasa a tu lado y eso no puede ser. ¿Me has entendido, Roberta?».
Me pareció que algo chirriaba. Llamar Roberta a una perra tan menuda parecía un desatino. Quién sabe porque había elegido aquel nombre. Caprichos. Al fin un perro es un capricho sobre el que proyectamos nuestros afectos desaforados. No era la primera vez que escuchaba hablar a hombres y mujeres con el perro que sacan a pasear. Pero nunca había escuchado un reproche tan razonado. Parecía que se estuviera dirigiendo a un ser racional, acaso a una adolescente frívola, sin importarle el espectáculo. Estamos solos, pensé, estamos muy solos. Quizá por ello ha aumentado la población canina. Nunca hubo tantos perros conducidos por personas que hablan solas. Cuando el hombre se levantó tirando de la correa sentí gratitud hacia él porque me había proporcionado tema para artículo. La calle sigue siendo un vivero de historias. Luego regresé a casa para escribirlo.
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