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Por un puñado de votos emitidos en elección nocturna, los diputados conservadores británicos han encargado a un brillante y meteórico político, hijo de ricos emigrantes ... indios y creyente hindú, la ardua tarea de sacar al Reino Unido del abismo en que se encuentra y recuperar la confianza de los mercados financieros. El tercer primer ministro en este año de tanta peripecia política allí se llama Rishi Sunak, tiene 42 años y ha alcanzado ese puesto tras su carrera fulminante de apenas cinco años, desde que entró en la Cámara de los Comunes, y su caída de ministro víctima del maremoto de la quebrantada administración financiera. Su brillante carrera es el fruto de una ordenada trayectoria y su habilidad de abandonar a tiempo la Cancillería del Tesoro, tras la mayor crisis financiera en Gran Bretaña y la bajada a los infiernos del histrión Boris Johnson.
Si el astuto Winston Churchill, partidario acérrimo del Imperio de Su Majestad y de la «raza británica», hubiera asistido a ese cónclave de sucesivas y urgentes elecciones, habría argumentado quizás su oposición con esta frase ofensiva y quizás apócrifa: «todos los líderes indios son títeres de bajo calibre, y Gandhi un faquir fanático subversivo y maligno que trepa semidesnudo los escalones del palacio presidencial». Churchill era londinense, ciudad que ahora gobierna un alcalde musulmán de origen pakistaní en un país con un Primer Ministro hindú de origen indio.
A pesar de sus raíces familiares, Rishi Sunak es, en cierto sentido, la criatura política mejor consumada de la aristocracia británica, el buen soldado ascendido sin problemas a las más altas filas del poder, elegantemente vestido y moldeado en la misma escuela del Olimpo financiero que el presidente francés Emmanuel Macron. Ahora ha alcanzado sin estruendo el poder no con los votos del electorado británico, sino a través de las filas cerradas de la avejentada mayoría conservadora en el Parlamento, que hoy perdería un enfrentamiento en las urnas frente al laborismo renaciente tras doce años de ausencia.
La diputada laborista Nadia Whittome, también ella de origen indio, describe así la singularidad de Sunak: «Es un multimillonario que, como canciller del Tesoro, rebajó los impuestos sobre las ganancias bancarias mientras provocaba la mayor caída del nivel de vida de los británicos desde 1956. Negro, blanco o asiático, él nunca estará al lado de la gente que trabaja para ganarse la vida». No es de extrañar que Keir Starmer, el líder del Partido Laborista, siga repitiendo su urgencia: elecciones generales ahora. Después de doce años en la oposición, los laboristas parecen estar ya listos para aprovechar el momento de debilidad del adversario y regresar al punto de partida de su derrota y del terremoto que los condenó a la sombra: el referéndum del Brexit.
El mandato caótico de Boris Johnson, ferviente adalid del Brexit , causó aún más ruina, y Sunak podría ser ahora el único líder político disponible para corregir los errores del gobierno, aunque también ayudó a caer en ellos.
Gran Bretaña será «más libre, más justa y más próspera en el exterior», escribió él en 2016. Sunak se sentía cómodo por entonces con un Brexit «sin acuerdo» siempre que Gran Bretaña abandonara la Unión Europea, y ahora el nuevo Primer Ministro pretende arreglar el desastre, que él ayudó a crear, prometiendo una relación más constructiva con el bloque europeo continental. A pesar de su apariencia de calma y capacidad, Sunak se dispone a poner orden con escasa probabilidad en un país económicamente estancado, regionalmente desequilibrado y socialmente agitado que necesita desesperadamente un liderazgo vigoroso.
El Partido Conservador británico podía afirmar hace pocos años con mucha credibilidad que era el partido político más exitoso del mundo occidental. Sus grandes líderes gobernaron Gran Bretaña durante la mayor parte de los últimos 200 años con buen sentido, sobriedad financiera y pragmatismo cauteloso. Despreciado por las élites progresistas, alérgico a toda ideología, provinciano más que londinense, el Partido Conservador navegó por las aguas tranquilas de un aburrido término medio en sus decisiones. Sin embargo, al igual que en otros países y partidos, los conservadores británicos de hoy se aferran al poder solo para permanecer en el poder.
El ex banquero Sunak, cuya fortuna familiar se estima en unos 750 millones de euros, es el líder político más rico del país y el más glamuroso. Él visitó un día a los trabajadores de una obra vestido con traje de diseño y calzando zapatos de marca cara. Mientras estudia estos días las decisiones difíciles para detener la crisis económica de Gran Bretaña, Rishi Sunak se esfuerza en cambiar su imagen de rico y elegante personaje, perfil con el que sus adversarios políticos lo describen ante la opinión pública. Reitera en sus declaraciones que él no valora a cada ciudadano según el peso de su cuenta bancaria y promete que «siempre protegerá a los más vulnerables», propósito difícilmente creíble si quien lo pregona ha sido uno de los agentes financieros más respetados en la City londinense.
Es imposible prever los planes de la resurrección económica del Reino Unido que Rishi Sunak anunciará dentro de diez días. Su historial político apunta al control riguroso del gasto público y al recorte de las subvenciones de carácter social, patrimonio ideológico irrenunciable del Partido Conservador en busca de una salida del pozo electoral donde lo arrojó un acróbata llamado Boris Johnson. Al comienzo de su mandato plagado de incógnitas, una cosa parece garantizada: Rushi Sunak, nuevo mesías del Partido Conservador, es demasiado rico para gobernar en tiempos difíciles.
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