Todos arrastramos por la vida un saco de palabras imprecisas que se quedan encoladas y secretas a nuestro destino por distintas razones. No las pronunciamos. La carga que llevan es demasiado poderosa. Si por azar llegamos a verbalizarlas, al tragarlas, te raspan la garganta como ... un papel de lija dejándote sin habla. Pongamos por ejemplo lo que nos sucede a algunos cuando escuchamos pronunciar con tono despectivo 'maricón', 'facha', 'sudaca', 'etarra', 'rico'... En las tertulias televisivas, el lenguaje se remodela a la medida de los gobiernos, de tal manera que la derecha, para distinguirse, arroja sobre los ciudadanos sus trajes y corbatas, las barbas recortadas y una serie de vocablos y gestos por si hubiera alguna duda de lo que representan.
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La izquierda, siempre más creativa, domina mejor el escenario, por eso para distinguirse, además de moños, chalecos desenfadados y camisas sin planchar, desentierra y emplea recalcitrante y tenazmente algunos vocablos elementales. Son campanitas en medio del discurso que avisan de que él o ella, esté donde esté, es lo que es, aunque su intocable sueldo de diputado sea igual que el de derechas.
A la izquierda recalcitrante se le llena la boca de azúcar, paladea y babea cuando habla de ricos y pobres, como si ellos tuvieran clara la frontera que los separa. A mí me salta la biblioteca y pienso en Charles Dickens, mezclado con la canción de Sabina que decía que Cristina Onassis era tan pobre que no tenía más que dinero. ¿Son los políticos, en este tiempo de ERTE y descalabros económicos, ricos o pobres? La forma simplista e infantil con la que se dirigen a nosotros para explicar la desigualdad empieza a ser alarmante. Desde el trabajador más elemental hasta el directivo de una empresa han tenido que pasar por unos requisitos curriculares.
No entiendo cómo este Gobierno, tan resiliente con la educación, no establece unos mínimos para que los partidos no nos impongan unos cenutrios incapaces de reflexionar acerca de la propiedad y el trabajo. Tampoco es tan difícil. Tenemos una buena educación pública, bibliotecas, piratería sobre la que no se legisla y bonos cultura… y si salen a la calle y se mezclan comprenderán que un periodista esta remunerado como un camarero; ambos muy mal. Todo está ahí, al alcance de la mano, y ya que están ustedes ahí sin méritos propios, al menos intenten no dirigirse a los ciudadanos como si fuéramos idiotas, recíclense, pues la cultura de barra de bar no sirve en tiempos de pandemia. Mis alumnos saben que hay algo que suelo repetir insistentemente: «Recuerda que el lector es mucho más inteligente que tú».
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