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Ramón Gómez

Richard Rogers, el humanista que buscaba el futuro

Rogers defendía la tecnología enfocada en defensa de los derechos humanos universales, de refugio, agua, comida, salud, educación, esperanza y libertad para todos

David Dobarco

Valladolid

Sábado, 1 de enero 2022, 08:25

El futuro es eso que estamos esperando siempre… hasta que se acaba. El pasado 18 de diciembre, Richard Rogers dejó de esperar al futuro y se incorporó al pasado, pero nos dejó su actitud ante el presente para poder confiar en el futuro, pues él ... afirmó que «Creo apasionadamente en la importancia del sentimiento de ciudadano como estímulo de vivacidad y humanidad». Esa pasión hace que la pérdida de Richard Rogers deje un enorme vacío pues su visión, siempre de futuro, era la de una de las mentes más lúcidas del urbanismo y la arquitectura contemporáneas, que siempre consideró asociados, pues manejaba con coherencia múltiples escalas y dimensiones, bajo la inexorable referencia humana. A ello añadió una conciencia planetaria del mundo cambiante que vivimos y, por su visión amplia, se ha dicho que era el «último humanista»; en estos tiempos de algoritmos, ciertamente enlazaba con la idea creadora y multidisciplinar del Humanismo Clásico. Por fortuna, queda su legado de innovación y compromiso.

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Un «mecano» se convirtió en el juguete favorito de un niño, disléxico y mal estudiante, pero cuya imaginación puede rastrearse en la fascinación por la expresión «mecánica», que trasladaría a sus edificios, e inicia el juego que le llevaría a construir un pensamiento global, desde el optimismo tecnológico. Así lo explicaba en la magnífica exposición itinerante, concebida por el Centro de Arte Pompidou de París, que patrocinó Caixaforum en Barcelona y Madrid, el año 2009. El azar hizo que durante la realización de un máster en Yale conociera a Norman Foster y, tras regresar a Inglaterra, formaron el «Team 4» (1963) con sus respectivas parejas, Su Brumwell (Rogers) y Wendy Cheesman (Foster). Les unía su pasión por el diseño tecnológico, una idea esbozada por Buckminster Fuller, el metabolismo japonés o Archigram (1960), aunque con planteamientos futuristas más radicales. Eran los excitantes (swinging) 60, que llegaban a la arquitectura británica, con grupos como los ya citados o el «Team X», que buscaban nuevas vías para la arquitectura superada la reconstrucción postbélica. El caso es que las tensiones internas llevaron a la disolución del «Team 4» en 1967, y cada pareja siguió su propio camino… Pero Rogers guardó de esos años un sentido de la rebeldía pop por los colores vivos, que exhibía eventualmente en su vestuario o sus edificios, cuando los materiales se lo permitían.

Para Rogers «la buena arquitectura civiliza y humaniza, la mala arquitectura brutaliza», y siempre supo buscar asociaciones interesantes, la siguiente fue con otro gran arquitecto: Renzo Piano, entre 1971-1977, y produjo uno de los grandes iconos arquitectónicos del siglo XX, con clara proyección futurista: el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou, de París. La tecnología, lejos de ocultarse como era habitual, se convertía en la expresión externa de un edificio envuelto en conductos y sistemas de desplazamiento, que dejaban un interior de plantas libres para adaptarse a cualquier eventualidad funcional; una división radical entre espacios servidores y servidos. Además el edificio ocupaba la mitad de la parcela inicial y creaba una plaza frente al mismo, estableciendo una interrelación entre el Centro y el espacio público, que los convertía en extensiones recíprocas. El viejo mecano de piezas planas en celosía, unidas por arandelas, tuercas y tornillos había dejado paso a un entramado de elementos, estructurales e instalaciones, tridimensionales, aflorando una imagen poderosa con un reconocimiento incontestable. Si Le Corbusier había hablado de la casa como «máquina de habitar», el Centro Pompidou parece una máquina y da la sensación de que, si le pones unas ruedas, circulará como una «walking city» de Archigram. En realidad, el edificio fue un prototipo de un modelo que desarrolló en lo sucesivo, plantas diáfanas y proyección exterior de accesos e instalaciones; así sucedió con el edificio Lloyd´s en la City londinense, entre 1978-1986, o la Torre del BBVA en Méjico (2008-2015). La ejecución de otros edificios singulares, como el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos (1984) le consolidaron, en los años 80, como uno de los referentes de una tendencia arquitectónica muy británica: la arquitectura «high-tech», siempre atraída por la funcionalidad eficiente.

Los años 70 dejaron paso al movimiento ecologista, los «límites del crecimiento» del Club de Roma» y la crisis energética, con el final de la energía barata… Unos planteamientos que cuestionaban las propuestas de tecnologías «duras» y apostaban por soluciones tradicionales de mayor eficiencia energética y menor impacto ambiental. Pero, a medida que se buscaba la eficiencia, se comprendía que no podía prescindirse de nuevas tecnologías, por la celeridad de las innovaciones y las nuevas formas de conocimiento. Surgió el concepto de sostenibilidad, como de herencia patrimonial que transmite cada generación a la siguiente garantizando la renovación de los recursos… y Rogers participó en la articulación del nuevo escenario, planteando que las ciudades debían ser más humanas y eficientes, empezando por sus edificios, la movilidad de sus ciudadanos y la recuperación del espacio público, como estímulo básico de convivencia. Nacido en Florencia y de madre italiana, su modelo urbano es influido por la ciudad mediterránea, compacta, densa y variada en sus funciones, de modo que la concentración urbana evitara el impacto ambiental de expansiones difusas. Su discurso le llevó a asesorar a ayuntamientos como Londres o Barcelona, o a redactar el masterplán de Lu Zia Sui, un subdistrito del centro de negocios de Pudong en Sanghai (1992-1994), donde aplicó sus ideas de sostenibilidad urbana, incorporando el uso residencial y espacios verdes sobre la propuesta «dura» preexistente, de estricto uso terciario. Tras Lu Zia Sui siguieron otros proyectos de gran reconocimiento, como la ampliación de los Juzgados de Burdeos (1997), donde la tecnología recurre al expresionismo con recintos de madera asociables a tinajas, y la Cúpula del Milenio en Londres (1 de enero de 2000), el mayor techo mundial de una sola pieza (365 m. de diámetro), soportada por doce mástiles de 100 m.

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«Ciudades para un Pequeño Planeta» (1997) es un libro que concreta la visión de Rogers sobre el urbanismo en el mundo global, amenazado por la limitación de recursos naturales y el cambio climático. Es el resultado de cinco conferencias impartidas por él, sobre textos elaborados con la colaboración de Philip Gumuchdajian, y un libro clave para entender lo que sucede en nuestro pequeño planeta y cómo afrontarlo, pues «las ciudades son pruebas de que, en nuestra búsqueda del bienestar, estamos destruyendo sistemáticamente todos los elementos que soportan nuestro sistema de vida». Su discurso, centrado en garantizar la calidad de vida y el respeto al medio ambiente, es optimista por «tres factores: la difusión de la conciencia ecológica, la tecnología de las comunicaciones y la producción automatizada» Sin renunciar a su apuesta por la tecnología, la rediseña para incorporar energías renovables y lograr edificios eficientes por su reducido impacto ambiental, pero en su visión amplia subyace la teoría de las «4R» (Reducir, Reutilizar, Rehabilitar y Reciclar), de modo que sus propuestas de hace veinticinco años ya forman parte de todas las Agendas Urbanas y estrategias globales y locales frente al cambio climático.

En España, Rogers ha dejado importantes obras, lo que posibilitó tener un estudio. La más conocida es la T-4 (1998- 2006) del Aeropuerto Adolfo Suárez de Madrid- Barajas; en este caso la colaboración fue requerida por el Estudio Lamela, con unos excelentes resultados. En Barcelona ha realizado el Hotel Esperia Tower (2006) y la reconversión de la plaza de toros en un centro comercial, con la filosofía de reutilización de la arquitectura preexistente. Pero, tal vez, su obra española más representativa de incorporación de energías renovables se encuentra en el conjunto de siete edificios de Palmas Altas en Sevilla (sede de Abengoa). Su intervención urbanística es también destacada, tanto en el Masterplán de la zona de Garellano en Bilbao, como el de los terrenos del Ferrocarril de Valladolid, aparcado por la crisis de 2008 en espera de tiempos mejores. En Peñafiel las Bodegas Protos (2004-2010) fue edificio finalista del premio Stirling en 2009; un edificio semienterrado cuya imagen se integra en el paisaje mediante un conjunto de bóvedas, que asemejan la emergencia de unas barricas.

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El Premio Pritzker en 2007 reflejó la consideración alcanzada por su obra y es la cumbre entre otros muchos premios. En 2014, el RIBA realizó una exposición sobre la obra de los «Británicos que construyen el Mundo Moderno» y la foto de familia reunía a los seis arquitectos homenajeados: Michael y Patricia Hopkins, Nicholas Grimshaw, Terry Farrell, Norman Foster y Richard Rogers, todos sobre los ochenta años. Con la desaparición de Rogers ya no puede repetirse, pues y formaban esa escuela, tácitamente declarada, de la arquitectura británica «High.Tech», que tiene esa voluntad de expresión mecánica, manifiestamente diferente otras arquitecturas tecnológicas. Este tipo de arquitectura tiene la servidumbre de la huella ecológica para su formalización, frente a otras soluciones más blandas o pasivas, pero deben convivir las dos opciones, pues dan servicios diferentes. Rogers afirmó que «Soy un gran defensor de la tecnología, pero no de la tecnología por la tecnología. Ésta debe enfocarse por y para el beneficio ciudadano; debe buscar la garantía de los derechos humanos universales y procurar refugio, agua, comida, salud, educación, esperanza y libertad para todos». Quién sabe si todo nació de la imaginación infantil de un niño al que regalaron un mecano y lo convirtió en su juguete favorito y su particular «Rosebud», cuando la película de la vida anuncia el final del futuro.

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