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¿Quién tendría poder para cesar al Papa si se volviera peligroso? Novecientos años atrás, un monje jurista llamado Graciano estudió tan espinoso asunto: cuándo ... y por qué cabría condenar al Vicario de Cristo. Su conclusión enunciaba una simple aporía (inviabilidad racional), pues al ser el Sumo Pontífice lo más de lo más para los cristianos, nadie en la tierra podría juzgarlo, ni reprochar sus comportamientos por muy pecaminosos que fueren.
Así pues, redactó un canon conocido como 'Si Papa, Distinción 40', cap. 6, que reza: «Si se encontrase el Papa negligente de su propia salvación y la de sus semejantes, si se encontrase en su proceder inutilidad y omisión, e incluso renuencia a hacer el bien (dañándose de esa manera a sí mismo, y mucho más a otros) causando con su ruina la de multitudes innumerables de almas… Que ningún mortal ose reprenderlo por sus faltas ya que incumbe a ese titular juzgar a todos; no corresponde a nadie juzgarlo, salvo que se encuentre que espontáneamente se desvía de la fe».
¡Toma ya!, menuda paradoja.
Traslademos este principio al clásico adagio The King can do not wrong –el rey no puede equivocarse–, la respuesta de los turiferarios (pelotas) consejeros a un rey persa que deseaba casarse con su hermana. La misma contestación que recibe de sus abogados el presidente Trump, en su estado divino de gracia, del que hoy goza sin complejos, por encima incluso de los privilegios del Santo Padre porque a él la Corte Suprema le ha conferido absoluta impunidad.
Algunos líderes políticos españoles parecen admiradores secretos de Donald. No temen desviarse de su fe. Mazón, sin dudarlo, ha asumido un nuevo credo, negacionista climático y ultramontano. Sánchez es su maestro, pues cambia de dogmas y principios con tal desvergüenza que parece Groucho Marx.
¿Por qué sus copartidarios los protegen? Bien sencillo; pese al canon de Graciano, no basta con que el Papa pierda la fe. Para que salten las alarmas, la cosa ha de ponerse muy mal, llegar a un punto de aberración, abuso y transgresiones de los límites que nadie a su alrededor soporte. E incluso en ese caso, algunos seguirán aplaudiéndoles. Solo cuando todos los otros que mandan dejan de confiar por completo en el líder, si los poderes fácticos pierden también la fe, entonces, solo entonces, ni San Pedro resiste.
El Vaticano gestiona estos asuntos bien. La Iglesia nos muestra buenos ejemplos en su vida institucional. Recordemos a Benedicto XVI, un hombre sabio, quien supo renunciar a tiempo, con toda su conciencia y su fe. Su sucesor, Francisco, no incurre en ninguno de los casos del canon Si Papa, pues sigue dando admirables muestras de diligencia para su salvación y la de sus semejantes, haciendo el bien sin dañar a nadie, sin causar la ruina de multitudes innumerables de almas. Sólo si su recuperación fuera insuficiente, si perdiera las fuerzas, comenzaría a percibir señales significativas sobre la pérdida de la fe (no de la suya, pero sí de las de otros).
Pero, hasta hoy, la palabra del Papa sigue respetándose. Y nada trivial es la influencia del pensamiento religioso en el entorno de apoyo de Trump. Uno de sus constitucionalistas de referencia proclama las raíces marianas del Estado de Derecho. Así que, el día en que ciertas voces conservadoras consideren herético el trumpismo, entonces sí, será una señal del fin, porque gran parte de su poder se basa en una creencia asumida de superioridad moral, una idea mesiánica sobre la misión salvadora de América.
Esa epifanía puede terminar en el averno, que no es un lugar, sino un estado de ánimo (Juan Pablo II), traducido en la pérdida de la fe de los partidarios de Trump cuando dañe a su propia gente, a quienes les apoyaron y creyeron en su verdad, un mensaje que incluye atacar a los otros, pero no a los propios. Y será en ese momento, cuando los próximos experimenten graves pérdidas, cuando se activará la versión constitucional del canon 'Si Papa', el Impeachment (o la moción de censura en España). Mientras los beneficiarios no se sientan dañados, no harán nada para frenar los excesos de quien se desvía en el ejercicio del poder. Aunque vean claro que ha perdido la fe, mientras ellos no se sientan en riesgo, permanecerán pasivos o dirán, al reír sus atrocidades: Sí, Papa.
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