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Sería raro elegir Las Vegas –sí, la Ciudad del Pecado– para albergar un congreso mundial de partidos comunistas; igual de impropio nos parecería designar a Irán país anfitrión de reuniones en defensa de la igualdad de género, o a Corea del Norte destino adecuado de ... encuentros sobre derechos humanos. Tan fuera de lugar resultarían esas elecciones como lo ha estado fijar Azerbaiyán como sede para la Cumbre climática de Naciones Unidas.
O quizás no, porque nuestra escena internacional se caracteriza por la incoherencia. A estos inútiles festivales de postureo ecológico acuden los líderes del mundo en jets impulsados por queroseno, huella de carbono incluida. Este año se les ha ocurrido invitar a los talibanes, y varios países se desmarcaron al comprender la mala imagen que se ofrecería a su opinión pública. El Gobierno español estuvo representado por su presidente, nada menos, más cómodo en modo volando voy, que en el volando vengo.
Al margen de polémicas sobre donde sí o no debería estar el jefe del Ejecutivo –ausente en la Cumbre iberoamericana, lejos de Valencia, entre Azerbaiyán y Brasil–, cabe denunciar que estas conferencias hacen un flaco favor a las políticas de protección de la naturaleza. Su estrepitoso fracaso regala buenos argumentos a los negacionistas radicales para anular los compromisos contra el cambio climático y reírse de la causa verde.
Ojalá cada dólar o euro que se gasta en tales parafernalias se destinara a premiar a personas que sí contribuyen a proteger el medio ambiente. Muy cerca de nosotros, los pastores de Castilla –cada vez menos– son verdaderos defensores del planeta en el nivel local, el importante. Para promover el pastoreo, dinero bien invertido parece el proyecto Green sheep (ovejas verdes), que ayuda a reducir la huella de carbono en la ganadería ovina europea. Su marco temporal 2020-2025 debería extenderse más allá, así como ampliarse los pocos millones de euros que tiene concedidos, cien veces menos de lo comprometido en Río de Janeiro por el presidente del Gobierno para ayudar a otros países (que seguro lo necesitan mucho). Esas transferencias de recursos públicos a los pastores deberían incrementarse porque son auténticos guardianes del ecosistema.
Lo que ellos practican sí es ecología, y no lo de Bakú. A los funcionarios que han estado por allí, alguna ganadera zamorana podría contarles cómo sus ovejas previenen los incendios, contribuyen a la biodiversidad animal y vegetal y producen la leche con la que se elaboran los quesos más deliciosos, valores todos ellos que estamos interesados en preservar, por supuesto.
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