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Este fin de semana se celebran cónclaves de los dos principales partidos. El PSOE, metido en un lío de whatsaps ante notario y justicia penal, se reúne en Sevilla. En Valladolid, el PP convoca a sus alcaldes y concejales para hablar de políticas municipales, rememorando ... el Fuero de Brañosera (Palencia, 824). Dadas las circunstancias, lo único seguro en estos encuentros es la adulación al líder y el ansiolítico consumo de alcohol, prácticas correlacionadas en una España donde luego pasa lo que pasa (Mazón sigue sin dimitir).
Sin entrar en el sujétame el cubata, además de tomar pinchos y pasear por Pucela, tantas concejalas y concejales, alcaldesas y alcaldes tienen la oportunidad de pensar (un poco) juntos sobre temas de cierta importancia: sus problemas comunes por la falta de reforma de la Ley del suelo (una causa de la escasez de vivienda), los considerables costes de las policías municipales (que podrían aminorarse con la Inteligencia Artificial), la calidad del aire y las nuevas Directivas ambientales europeas (que les pueden costar disgustos serios).
Son algunas sugerencias para cambiar de tercio entre quinielas sobre próximas elecciones, aplausos debidos y homenajes necesarios a quienes en Valencia sí cumplen con su deber (muchas alcaldesas y alcaldes, de todos los partidos). Esos responsables municipales han sufrido la riada en sus propias viviendas, en personas cercanas y en el futuro de sus poblaciones, lo que explica la sinceridad con la que se explican cuando son entrevistados por los medios de comunicación.
No habrá espacio para la autocrítica en estos aquelarres partidarios. La única prioridad es la liza por el quítate tú para ponerme yo, obsesión que no deja tiempo para las cosas de todos los días, ni siquiera para reformas pendientes que podrían facilitarles la vida a los cargos públicos y también a los vecinos de los municipios. La agenda local de los partidos políticos, o apenas existe, o está en segundo plano (en el mejor de los casos), porque quienes mandan están en Madrid, un Ayuntamiento atípico en comparación con el resto de España.
Además de un régimen especial y más liviano para los pequeños consistorios (principio de ruralidad), todavía esperamos que alguien recupere la propuesta de elección directa de alcaldes y concejales, una posibilidad permitida por la Constitución y adoptada hace años en la mayoría de las democracias avanzadas. Tan sencillo cambio en nuestros gobiernos locales podría acabar con la situación surrealista que viven demasiados ayuntamientos, esclavizados por pactos que complican la atención a las necesidades importantes, las de la gente.
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