Premios nacionales aparte, la tauromaquia sí es un oficio merecedor de gran respeto. Más allá de lo que cada uno piense sobre la fiesta, hemos de reconocer valores profesionales en los toreros, que se juegan de verdad la piel en el ruedo. Y si la ... audacia frente al riesgo explica los aplausos, también es admirable su culto al escalafón, muy raro en una sociedad cada día más insolente con la veteranía. Todos en el arte de la lidia saben que hay que mirar y escuchar a la experiencia, aprender de quienes se han ganado antes su lugar donde nada puede ser mentira.
Qué diferencia con la política; para ascender y ocupar posiciones privilegiadas en los partidos parece conveniente demostrar una mezcla de tragaderas y cobardía, ponerse de perfil en situaciones complejas y nunca cuestionar al líder, al menos mientras siga siéndolo. Ello así porque la mal entendida lealtad entre amigos se recompensa con pingues nombramientos, sinecuras y momios para paniaguados, aunque no se reúnan los méritos necesarios para ejercer la responsabilidad. De este modo, los cuadros de mando piensan todos lo mismo, que es tanto como decir que no reflexionan nunca o prefieren ni cavilar (este fenómeno se denomina «pensamiento de grupo»).
Menos aún sopesa sus decisiones quien señala con el dedazo a los beneficiarios de los abusos del principio de confianza. Demasiadas composiciones de gabinetes evocan bien a las claras tan mala práctica. En lugar de nombrar personas idóneas, lo único que se pretende es satisfacer deudas de amistad y servicios inconfesables prestados entre compadres, un escándalo inaceptable en democracias avanzadas, pero habitual en las repúblicas bananeras, donde impera el mal gobierno y a los presidentes sólo les interesa permanecer en el poder, a cualquier coste.
Bochornoso debiera ser no haber trabajado nunca fuera de la política, ni ganado unas elecciones, ni logrado éxito profesional alguno, y ser nombrado alto cargo. Aunque el pecado lleve consigo la penitencia del incompetente que no sabe nada sobre las funciones que debe asumir, para ocultar sus carencias estos indocumentados suelen generar polémicas artificiales contra la oposición, obviando que ellos son quienes han de resolver los problemas, no dedicarse a insultar al adversario para complacer al jefe/amiguete/amo.
Los romanos establecieron el cursus honorum a modo de carrera de servicio público con sucesivos peldaños, una escalera hacia las más altas magistraturas, reservadas para las personas verdaderamente capaces, quienes se ganaban el agradecimiento del pueblo y la consideración de las élites. Cicerón, arquetipo de político honesto, fue cuestor, edil y cónsul. Ninguno de estos puestos los ganó dorando la píldora a nadie, sino por sus propios méritos y capacidades, tan apreciadas por el pueblo de Roma. Sus enemigos fueron tiranos autócratas y ladrones corruptos a los que venció hasta perder la vida porque se enfrentó a los poderosos, no utilizó sus potestades para abusar ni se aprovechó del manejo de dinero público en el propio beneficio o el de sus copartidarios.
Si hoy levantara la cabeza, se escandalizaría ante la escena política y nos preguntaría, ¿Acaso no hay alternativa a la tendencia lamentable de nombrar a los amigos? Pues sí: buscar entre personas solventes fuera del propio partido; elegir a los críticos que pueden ofrecer un punto de vista enriquecedor; consultar a quienes más saben para encontrar el perfil adecuado; favorecer la promoción de los verdaderos artífices de las decisiones correctas (por ejemplo, buenos profesionales que trabajan sin montar líos en las redes), mirar a quien pueda concitar más consenso para aproximar posiciones. Esto sería pensar en el interés general a largo plazo, aunque visto lo visto, lo difícil de verdad hoy debe ser encontrar a alguien que cumpla los requisitos apropiados, comprenda la dificultad de las suertes y acepte un ministerio.
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