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Estos días de Vía Crucis coinciden con la campaña de la declaración de la renta, nuestra contribución personal al sostenimiento de los servicios públicos. ... No desvelo un secreto si digo que la presión tributaria en España es más intensa que hace años, lo que unido a una galopante inflación aprieta las economías de empresas y familias. Al pensar en todo lo que nos han retenido a lo largo de meses de trabajo esforzado calibramos en concreto los efectos del poder fiscal, el ánimo recaudatorio del Estado.
Por supuesto, las primeras estructuras estatales se crearon para cobrar impuestos, pero es menos conocido el vínculo original de la escritura con la contabilidad de Hacienda. La palabra control, en su etimología, evoca un rollo duplicado (contra rol) empleado desde Babilonia para comprobar los pagos de tasas en grano. Cada saco requisado se marcaba con una señal, un token (concepto de miles de años de antigüedad, aunque ahora parezca nuevo), marcas que evolucionaron hacia lo cuneiforme y los abecedarios.
La inspección fiscal, pues, nace con la civilización. Todos los aparatos de poder aspiran a la legibilidad, esto es, la capacidad de analizar la realidad en términos matemáticos, reconducibles a cálculos apropiados para explotar los recursos. La masiva incorporación de cereales como el trigo, el arroz o el maíz a la dietética humana se ha explicado por su mejor disposición para el almacenaje y la contabilidad. Estos productos son más fiscalizables que otros, así que comemos granos por interés del Fisco.
Esta lectura de la historia en clave tributaria no es un invento mío. Nos la aportan antropólogos y científicos multidisciplinares con una visión muy crítica del modelo de sociedad estatalizado. Hoy, por supuesto, los impuestos sirven para financiar la sanidad, la educación, la seguridad, la defensa, los servicios sociales, las infraestructuras, los transportes y tantas políticas que nos dan calidad de vida. Pero nunca debe olvidarse que, si se deja al Estado recaudar lo que quiera, su apetito no conoce límites.
Por ello, los buenos gobernantes deben preocuparse por la presión fiscal, intentar reducirla y estimular la economía de iniciativa privada. El mercado y las personas asignan recursos con inteligencia y mejor información que cualquier planificador. Si las administraciones sustraen más de lo imprescindible, comienzan los problemas. El endeudamiento produce dependencia, insostenibilidad y otros males que hemos sufrido antes. No tropecemos en la misma piedra.
La codicia de los populistas es una de las peores expresiones del mal gobierno, desconsiderado con el trabajo ajeno. Esto ocurre ahora en Estados Unidos, pues los aranceles de Trump son una forma de fiscalidad, decisiones que contradicen por completo el mensaje económico privatizador de muchos de sus partidarios. Donald quiere ingresar dinero para rebajar los impuestos directos (sobre la renta), a costa de acrecentar la fiscalidad del consumo (más injusta y nada progresiva) y financiar así sus políticas. Los millonarios están preocupados por los efectos sobre la bolsa y el riesgo real de recesión, o algo peor.
Si la jugada no le está saliendo nada bien es por lo bestial de su operación, en las formas y en el fondo. La táctica de Trump podría titularse como aquel fracaso cinematográfico oscarizado: 'Todo a la vez en todas partes'. Esta historia puede acabar igual, un desastre. Por eso, el presidente de Estados Unidos ha rectificado su estrategia, tras escuchar mensajes de alerta sobre los intereses de la deuda pública. Un incremento de esa 'prima de riesgo' hubiera amenazado seriamente al dólar. Todavía hoy, la moneda más creíble del mundo se halla en serio riesgo.
El año próximo se celebrará el 250 aniversario de la Declaración de Independencia de los Estados Unidos. Ese proceso tiene uno de sus principales hitos en el motín del té de Boston, justo la reacción de los americanos contra los aranceles impuestos a las importaciones británicas. Otros muchos sucesos históricos nos muestran la airada respuesta social a los excesos recaudatorios de los gobiernos, que harían bien en tomar nota.
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