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El Norte
Opinión

Los copiones de la inteligencia artificial

No nos preocupemos tanto por el apocalipsis distópico de la tecnología y pensemos más bien en que no nos roben la cartera, en que no nosden gato por liebre y en que la gente siga teniendo ideas originales

Ricardo Rivero Ortega

Jueves, 12 de septiembre 2024, 07:03

La vuelta de las vacaciones no sería tan terrible para algunos si no fuera porque hay que trabajar. Ciertamente, un descanso tras tanta playa, familia y excesos de todo tipo viene bien a cualquiera, pero sustituir el relajo por la oficina, el taller o la ... carretera no tiene ninguna gracia si no te gusta tu oficio. Menos mal que la tendencia contemporánea y la esperanza de los perezosos parece ser el remplazo por algoritmos y robots, máquinas sofisticadas que harán nuestras tareas. A día de hoy, ya están evitando esfuerzos a estudiantes, burócratas y otros profesionales con pocas ganas de pensar.

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Alumnos vagos y copiones están felices con la IA (chat GPT), mientras intelectuales luditas (antitecnólogos) anuncian el fin del mundo. Hace dos siglos, los viajes en ferrocarril también hicieron saltar las alarmas de algunas sociedades médicas, preocupadas por sus peligrosos efectos sobre la salud. La mecanización industrial del XIX generó otras reacciones aún más extremas e irracionales: miles de obreros en Inglaterra se agruparon en torno a un líder fantasma (Ludd) para destrozar las máquinas de las nuevas fábricas. También en España hubo luditas, aunque menos, porque el proceso fue más lento y además daba pereza romper aquello que evitaba el trabajo, una maldición divina en la visión menos calvinista de la vida.

En realidad, lo que molestaba a los piquetes que atacaron las factorías fueron los bajos sueldos y el empeoramiento de sus condiciones de vida. Por eso, si los luditas de hace un siglo levantaran la cabeza y vieran lo que sucede hoy, no se sorprenderían por la falta de reacción social ante el gran remplazo de personas por máquinas que estamos viviendo y seguiremos experimentando los próximos años. La resistencia frente al fenómeno se agota en lo intelectual, llamadas de atención de pensadores y científicos, pero no activa la movilización ciudadana, quizás porque hay muchos beneficiarios de las oportunidades de vagancia que ofrece la (llamada) inteligencia artificial.

Una conversación con cualquier joven cercano nos quitará la venda de los ojos. Tantas veces recurren al móvil para realizar sus tareas, que ya ni conciben el concepto de plagio. Recuerdo aquellas noticias sobre algún ministro alemán que dimitió por haber plagiado su tesis, un hecho tan imposible en España como avistar un cocodrilo en el Pisuerga –aunque seguro que alguien piensa que haberlos hainos–. Milagros aparte, hoy en día lo que sí es normal es que los estudiantes presenten trabajos copiados de Internet, donde se ofrecen páginas completas con modelos, o recurran a herramientas generativas de última generación, prohibidas en varios países.

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Nuestro sistema educativo se adapta a este riesgo muy despacio. Aunque ya se han desarrollado y se aplican filtros de control para prevenir tales fraudes, a veces cuela y algunos espabilados aprueban sus materias gracias a el corto-pega de las redes. Los profesores alfabetizados en los riesgos de las tecnologías lo evitan con medios efectivos, pero otros no parecen enterarse. Si estos plagiadores irresponsables alcanzan puestos directivos, terminarán haciendo lo que convierte en millonarios a quienes explotan sus técnicas: robar el conocimiento ajeno.

Y es que los repositorios documentales que sirven para entrenar a las herramientas de inteligencia artificial son los creados por los periódicos, las universidades, las bibliotecas y los centros culturales o de investigación. Pronto los tribunales habrían de condenar a las compañías tecnológicas por no pagar lo que deben, la información de los textos. Su negocio prospera en cierto modo gracias a la vagancia y el copieteo, parasitismo al fin del sudor de otras personas.

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Así pues, no nos preocupemos tanto por el apocalipsis distópico de la tecnología y pensemos más bien en que no nos roben la cartera, en que no nos den gato por liebre y en que la gente siga teniendo ideas originales, porque sin auténtica creación humana terminaremos en un bucle absurdo de repeticiones plagiadas, una tendencia que ya se observa en el cine, en la novela y en tantas otras bellas artes.

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