Si Hernán Cortés no hubiera fundado ayuntamientos en México, la próxima presidenta de aquella república nunca hubiera sido alcaldesa. Sin la real cédula de creación de la primera Universidad mexicana, firmada por Carlos V en Toro, tampoco podría presumir de ser investigadora de la Universidad ... Nacional Autónoma (UNAM). La señora Claudia tiene mucho que agradecer a España y a la Corona española, patrocinadora de personalidades como Vasco de Quiroga o Bernardino de Sahagún, inolvidables protectores de los pueblos precolombinos.
Tanta desmemoria y demasiados prejuicios ideológicos explican ignorancias y desprecios irrazonables. El reproche a nuestro Rey Felipe por no responder a López Obrador cuando exigía disculpas por la conquista no tiene justificación en las relaciones de dos países con tanta historia común, valores compartidos y sincero aprecio entre gentes de uno y otro lado del Atlántico. ¡Viva México! proclamaba yo hace dos años en el Palacio de la minería, una de las sedes de la UNAM, mi segunda alma mater y la casa de acogida de los españoles que emigraron tras la Guerra Civil. Ese exilio aportó mucha ciencia y saber a sus discípulos mexicanos.
En mi mente mantengo la medalla que me entregó un ministro de López Obrador, acuñada con la imagen de Cortés y Moctezuma dándose la mano. Tan patente prueba demuestra el respeto por España en esa gran nación. Los intelectuales comprenden bien una paradoja repetida allá: «los mexicanos hicieron la conquista y los españoles la independencia», pues junto a Cortés combatieron tribus oprimidas por los aztecas, y los próceres liberadores eran novohispanos, no mexicas. Las peores atrocidades contra los pueblos indígenas fueron cometidas después de lo que cuenta la leyenda negra (lean sobre la venta de yucatecos a Cuba durante en la segunda mitad del siglo XIX, por ejemplo) y hasta hoy millones de indios desplazados transitan por sus tierras.
Dar las gracias y pedir perdón no humilla a nadie. Presentar disculpas es un noble acto de reconocimiento de la imperfección y un indicador de calidad democrática; quizás por ello, los gobernantes mexicanos contemporáneos no se han destacado por su capacidad de aceptar fallos, ni siquiera cuando mueren miles de mujeres, desaparecen estudiantes o asesinan periodistas. La violencia allá no ha podido ser aminorada por el populismo, que busca señuelos y distracciones para ocultar sus propios fracasos educativos, sanitarios y de desarrollo económico. ¿Por qué hay casi cuarenta millones de personas de origen mexicano al norte del Río Grande?
Por supuesto, muchas lecciones no podemos darles desde la madre patria. En España se desconoce un socorrido comodín propio del vocabulario político de los Estados Unidos: «mistakes were made», se cometieron errores. Aun con tintes hipócritas, los gringos saben hacer esto mucho mejor que nosotros. A menudo se escucha a senadores y congresistas, gobernadores e incluso presidentes decir «I apologize» (lo lamento), lo que no sucede por estos lares. Los políticos norteamericanos son más astutos que los mexicanos y los españoles, tan torpes como para creerse provistos de infalibilidad.
Aquí todavía impera una actitud soberbia e inconsciente que da muy malos resultados. Negar la mayor, sostenella y no enmendalla, resistir para ganar y nunca, nunca, nunca, darle ni un ápice de razón al adversario. Absurda estrategia en sociedades de la información y el conocimiento donde todos podemos opinar, formar nuestro criterio y alcanzar conclusiones bien fundamentadas.
Si al menos los asesores de las personalidades públicas leyeran algunos libros de vez en cuando, sus discursos serían más sofisticados, no tan burdos. La falta de reflexión explica demasiados despropósitos comunicativos desde las poltronas institucionales. Los buenos libros de instrucciones sobre el gobierno aconsejan solicitar excusas (o buscarlas, pero no negar la verdad) y hace quinientos años ya las normas de nuestras instituciones académicas recomendaban pedir perdón antes de decir nada más.
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