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El alcalde de Málaga tiene más de ochenta primaveras y da gusto verle nadar en travesías. Ya querrían muchos jóvenes hacer alarde de su portentosa brazada y además demostrar atinado criterio al dirigir una ciudad tan bella, dinámica y exitosa. Casi octogenario es también el ... alcalde de Vigo, famoso por su afición a las luces navideñas y apreciado por el impulso extraordinario de otra gran urbe con puerto señero. La ventaja porcentual de ambos en las elecciones locales da envidia a todos los políticos, de cualquier partido.
Los buenos regidores municipales lo son al margen de su edad. Hoy la fecha de nacimiento no afecta tanto como en otras épocas. Dicen que los cincuenta son los nuevos cuarenta porque todavía es posible mantenerse durante décadas en buen estado de forma, corporal y cognitiva. Bien lo saben muchos lectores de este periódico que, aunque talludos, acreditan aun talentos considerables, así que ir cumpliendo años no tiene por qué suponer merma de capacidades, sino al contrario, más experiencia y conocimiento.
Grandes dosis de sabiduría demuestran tantos alcaldes y alcaldesas en las provincias de nuestra tierra, personas dedicadas a servir a sus vecinos, en la mayoría de los casos sin retribución económica, siete días a la semana y con jornadas maratonianas. Gracias a quienes asumen así sus cargos públicos funcionan muchos ayuntamientos pequeños (más de dos mil). Detenerse en los pueblos ofrece la oportunidad de hablar con personas que llevan veinte o treinta presupuestos sirviendo a sus vecinos, aprender escuchando y tomar nota de su ejemplaridad pública. Así se identifica el verdadero sentido común, la buena administración y la mejor humanidad.
A veces nos enfadamos con los munícipes, pero toda persona beneficiada por decisiones municipales o provinciales, párese a pensar en cómo sería su vida sin tales instituciones e imagine también que no pudiera elegir a su alcalde o alcaldesa y a los concejales. Hasta la Democracia, era el gobernador civil quien decidía. Aunque también pueden recordarse buenos alcaldes de aquella época (no seamos maniqueos), mucho mejor, por supuesto, elegirlos en las urnas.
Se cumplen cuarenta años de la Ley de Bases de Régimen Local, la norma de cabecera de los ayuntamientos y diputaciones provinciales, uno de los aciertos legislativos de los gobiernos socialistas de Felipe González, rodeado de una plétora de prestigiosos expertos a los que hoy debemos agradecer y mencionar. Francisco Sosa Wagner, Tomás de la Quadra o Benjamín González Alonso (para la redacción del preámbulo histórico) y otros muchos municipalistas convencidos.
En Valladolid, Tomás Rodríguez Bolaños protagonizaría ese período, un alcalde muy querido incluso por sus sucesores, siglas políticas al margen. Este aprecio entre quienes gobiernan ciudades se debe a su común interés por lo local. Quienes dedican su vida a una ciudad, se reconocen entre ellos. No hacerlo sería tan absurdo como renegar de nuestras raíces porque en la política municipal sólo se trata de resolver problemas y atender necesidades, sin montar las algarabías del Congreso o el Senado en Madrid.
Ahora para llegar muy lejos en política, lo suyo es ser ministro y adular al jefe. Parece más importante estar en el aparato del partido que ser querido por los ciudadanos. Quien protesta en defensa de sus representados, no sale en la foto, desplazado por aquellos que ingresan en la guardia de corps del líder supremo, candidatos casi automáticos en los territorios a conquistar. Un acierto elegir para Castilla y León al exitoso Alcalde de Soria, porque el actual Presidente antes de serlo también lo fue (por cierto, reelegido en Salamanca).
La legitimidad democrática que sale de las urnas locales tiene un gran valor porque demuestra estima de los cercanos, la imagen de proximidad. Alcaldes y alcaldesas se ganan sus galones día a día por méritos propios, y hay que agradecérselo. Así pues, este año, en lugar de recrearse con la muerte de Franco, organícense celebraciones dedicadas a los ayuntamientos democráticos, escuchemos a las mujeres y los hombres que fueron concejales en los ochenta, los noventa y las primeras décadas de este siglo. Celebremos que podemos poner y quitar gobiernos locales con nuestros votos, reclamar buenos servicios, quejarnos de las tasas, comentar el estado de las calles o criticar los conciertos de las fiestas.
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